sábado, 1 de agosto de 2009

Epílogo
Elección
Jacob Black
—Jacob, ¿cuánto crees que te va a llevar esto? —inquirió Leah, impaciente, quejosa.
Apreté los dientes con fuerza.
Como todo el mundo en la manada, Leah se sabía la historia al completo. Conocía la razón por la que había venido aquí, al fin del mundo, de la tierra, el cielo y el mar. Para estar solo. Y ella sabía que eso era lo que yo quería. Simplemente estar solo.
Pero Leah me iba a obligar a soportar su compañía, como fuera.
Aunque estaba de lo más enfadado, me sentí lleno de autocomplacencia durante un buen rato. Ya no tenía que pensar siquiera en controlar mi temperamento. Ahora era fácil, algo que me salía porque sí, con naturalidad. Ya no lo veía todo rojo ni sentía esa explosión de calor bajándome por la columna. Por eso le contesté con voz calmada.
—Tírate por el acantilado, Leah —y señalé el precipicio que se extendía a mis pies.
—Seguro, chaval —ella me ignoró y se despatarró en el suelo a mi lado—. No tienes ni idea de lo duro que me resulta esto.
—¿A ti? —necesité casi un minuto para aceptar que lo decía en serio—. Debes de ser la persona más ególatra del mundo, Leah. Odio tener que hacer pedazos ese mundo de ilusiones en el que vives, ese en el que el sol órbita alrededor del sitio donde estás, así que no te voy a contar lo poco que me preocupa tu problema. Pírate. Lejos.
—Sólo míralo desde mi punto de vista por un minuto, ¿vale? —continuó, como si no le hubiera dicho nada.
Si lo estaba haciendo para cambiarme el estado de ánimo, funcionaba. Empecé a reír, aunque el sonido se volvió extrañamente doloroso.
—Frena esas risotadas y presta atención —me interrumpió con brusquedad.
—Si finjo que te escucho, ¿te largarás? —pregunté, echando una ojeada a su permanente cara de pocos amigos. No estaba seguro de haberle visto alguna vez otra expresión.
Recordé cuando solía pensar que Leah era guapa, incluso hermosa. De eso hacía ya mucho tiempo. Ahora, nadie pensaba en ella de esa manera, excepto Sam. Él nunca se perdonaría a sí mismo, como si fuera culpa suya que se hubiera convertido en esa arpía avinagrada.
Su ceño se cerró más aún, como si adivinara lo que estaba pensando. Probablemente era así.
—Esto me está poniendo enferma, Jacob. ¿Es que no te puedes imaginar por lo que estoy teniendo que pasar? Ni siquiera me gusta Bella Swan. Y me has tenido lamentándome por esta amante de sanguijuelas como si yo también estuviera enamorada de ella. ¿No te das cuenta de que es algo que me hace sentir muy confusa? ¡Anoche soñé que la besaba! ¡Qué demonios se supone que he de hacer con eso!
—¿Tiene que importarme?
—¡No puedo soportar más el estar en tu cabeza! ¡Termina con esto de una vez! Ella se va a casar con esa «cosa». ¡Va a intentar convertirse en uno de ellos! Ya es hora de que te des cuenta, chaval.
—¡Cállate! —rugí.
Devolverle el golpe sería una equivocación. Eso lo sabía y por ello me mordía la lengua, pero lo lamentaría de veras si no se marchaba. Ahora.
—En cualquier caso, probablemente él la matará —observó Leah, con aire despectivo—. Todas las historias insisten en que suele ocurrir. Quizás un funeral sería mejor final para esta historia que una boda. Ja.
Esta vez reaccioné. Cerré los ojos y luché contra el sabor cálido en mi lengua. Empujé y empujé contra el fuego que bajaba por mi espalda en un esfuerzo por mantener mi forma humana, mientras mi cuerpo intentaba justo lo contrario.
La fulminé con la mirada cuando conseguí controlarme de nuevo. Ella me miraba las manos mientras los temblores se iban apagando. Sonriente.
A saber dónde le vería el chiste.
—Si te agobia la confusión de sexos, Leah... —comenté, con lentitud, enfatizando cada palabra—. ¿Cómo crees que lo llevamos los demás mirando a Sam a través de tus ojos? Ya es lo bastante malo que Emily tenga que soportar tu fijación. Tampoco ella necesita que los chicos andemos jadeando detrás de él.
Cabreado como estaba, sin embargo, sentí una cierta culpabilidad cuando observé el espasmo de dolor que cruzó su rostro.
Saltó sobre sus pies, parándose lo justo para escupir en mi dirección y corrió hacia los árboles, vibrando como un diapasón.
Me eché a reír de forma sombría.
—Te lo dije.
Sam me iba a liar una buena por esto, pero merecía la pena. Leah ya no me molestaría más. Y repetiría el corte si se me presentaba la oportunidad.
Porque sus palabras se habían quedado conmigo, grabadas en mi cerebro, y haciéndome sufrir tanto que apenas podía respirar.
No me importaba demasiado que Bella hubiera escogido a otro. Esta agonía no tenía nada que ver con eso. Podía vivir con ese dolor por el resto de mi estúpida vida, forzada a ser demasiado larga.
Lo que sí me importaba era que lo iba a abandonar todo, que iba a dejar que su corazón se parase y su piel se helara y que su mente se retorciera para cristalizarse en la cabeza de un predador. Un monstruo. Un extraño.
Había pensado que no había nada peor que eso, nada más doloroso en todo el mundo.
Pero, si él la mataba...
Otra vez tuve que combatir la ira que me inundaba. Quizá, si no fuera por Leah, habría estado bien dejar que el calor me transformara en una criatura capaz de lidiar mejor con esto. Una criatura con instintos mucho más fuertes que las emociones humanas. Un animal que no sentiría la pena del mismo modo. Un dolor diferente. Al menos, habría algo de variedad, pero Leah estaba corriendo ahora y yo no quería compartir sus pensamientos. La maldije entre dientes por cerrarme también esa vía de escape.
Me temblaban las manos a pesar de mis esfuerzos. ¿Qué era lo que las hacía temblar? ¿La ira? ¿La agonía? No estaba seguro de contra qué estaba luchando ahora.
Tenía que creer que Bella sobreviviría, pero eso requería confianza, una confianza que yo no deseaba sentir, confianza en la habilidad del chupasangres para mantenerla con vida.
Ella se convertiría en alguien distinto y me preguntaba cómo me afectaría eso. ¿Sentiría lo mismo que si muriera, cuando la viera allí, erguida como una piedra? ¿Como un trozo de hielo? ¿Y qué ocurriría cuando su olor me quemara la nariz y disparara mi instinto de romper y destruir...? ¿Cómo sería eso? ¿Querría matarla? ¿Podría llegar a desear no matar a uno de ellos?
Observé cómo las olas rodaban hacia la playa y desaparecían de mi vista bajo el borde del acantilado, pero allí las escuchaba batir contra la arena. Seguí contemplándolas hasta tarde, hasta mucho después del anochecer.
Seguro que sería mala idea volver a casa, pero tenía hambre y no se me ocurría ningún otro plan.
Puse mala cara cuando volví a ponerme el cabestrillo y agarré las muletas. Ojalá Charlie no me hubiera visto aquel día y difundido la historia de mi «accidente de moto». Estúpidos accesorios. Los odiaba.
El apetito empezó a parecerme estupendo en el momento en que entré en la casa y le eché una ojeada al rostro de mi padre. Algo le rondaba la cabeza. Lo tuve claro enseguida, ya que sobreactuaba, moviéndose con una naturalidad excesiva.
También se puso a hablar por los codos y estuvo charloteando sobre el día antes de que pudiera llegar a la mesa. Nunca parloteaba de este modo salvo que hubiera algo que no quisiera decir. Lo ignoré todo lo que pude, concentrándome en la comida. Cuanto más rápido me lo tragara todo...
—...y Sue se ha dejado caer hoy por aquí —su voz sonaba alta, difícil de ignorar, como de costumbre—. Es extraordinaria, esa mujer es más dura que los osos pardos. De todos modos, no sé cómo consigue apañarse con la chica que tiene. La pobre, ya hubiera tenido lo suyo con un simple lobo, pero es que Leah además, come como una loba.
Se rió de su propio chiste.
Esperó un buen rato a ver si yo respondía, pero no pareció darse cuenta de mi expresión indiferente, de mortal aburrimiento. La mayoría de los días esto le molestaba. Quería que se callase ya respecto a Leah, estaba intentando no pensar en ella.
—Seth es mucho más fácil de llevar. Claro, tú también resultabas mucho más sencillo que tus hermanas, hasta que... bueno, tú tienes que vértelas con algo más que ellas.
Suspiré, un suspiro largo y profundo y miré hacia la ventana.
Billy se quedó callado durante un segundo que se me hizo un poco largo.
—Hoy hemos tenido carta.
Seguramente éste era el tema que había estado evitando hasta el momento.
—¿Una carta?
—Una... invitación de boda.
Se me contrajeron todos los músculos del cuerpo y una pizca de calor me bajó por la espalda. Me aferré a la mesa para mantener las manos quietas.
Billy continuó como si no se hubiera dado cuenta.
—Hay una nota dentro que está dirigida a ti. No la he leído.
Sacó un grueso sobre de color marfil de donde lo tenía guardado, entre la pierna y el brazo de su silla de ruedas. Lo dejó en la mesa entre ambos.
—A lo mejor no deberías leerlo. En realidad, no importa lo que diga.
Estúpida psicología de pacotilla. Cogí el sobre de la mesa.
Era un papel grueso, rígido. Caro. Demasiado pijo para Forks. La tarjeta que iba dentro era demasiado prolija y formal. Bella no había intervenido en eso. No había ningún rastro de su gusto en las hojas de papel transparente, como pétalos impresos. Apostaría incluso a que a ella ni siquiera le gustaba. No leí las palabras, ni siquiera la fecha. No me importaba.
Había un trozo de grueso papel marfil doblado en dos con mi nombre escrito en tinta negra en la parte posterior. No reconocí la letra manuscrita, pero era tan pijo como todo lo demás. Durante medio segundo, me pregunté si el chupasangres lo hacía en plan de regodeo.
Lo abrí.
Jacob.
Sé que rompo las reglas al enviarte eto. Ella tenía miedo de herirte, y no quería que te sintieras en modo alguno obligado, pro sé que si las cosas hubieran salido de otra manera, yo hubiera deseado tener la posibilidad de elgir.
Te prometo que cuidare de ella, Jacob. Gracias, por ella y por todo.
Edward.
—Jake, sólo tenemos esta mesa —comentó Billy, mirando hacia mi mano izquierda.
Tenía los dedos tan apretados contra ella que comenzaba a estar en serio peligro. Los solté uno por uno, concentrándome en esa única acción y luego junté las manos para evitar el riesgo de romper algo más.
—Bueno, de todas formas no importa —masculló Billy.
Me levanté de la mesa, y empecé a sacarme la camiseta encogiendo los hombros. Esperaba que, a estas horas, Leah ya estuviera en casa.
—Aún no es demasiado tarde —murmuró Billy cuando abrí la puerta de un empujón.
Estaba corriendo antes de llegar a los árboles, dejando a mis espaldas una hilera de ropas como si fueran migas de pan, igual que las dejaría si quisiera volver a encontrar el camino de casa. Ahora era muy fácil entrar en fase. No tenía que pensar, porque mi cuerpo ya sabía lo que había y me daba lo que deseaba antes de pedírselo.
Ahora tenía cuatro patas y estaba volando.
Los árboles se desdibujaron en un mar oscuro que fluía a mi alrededor. Mis músculos se contraían y distendían casi sin esfuerzo aparente. Podría correr así durante días sin llegar a cansarme. Quizás esta vez no pararía.
Pero no estaba solo.
Cuánto lo siento, susurró Embry en mi mente.
Podía ver a través de sus ojos. Se hallaba muy al norte, pero se había dado la vuelta y aceleraba para reunirse conmigo. Gruñí y alcancé más velocidad.
Espéranos, se quejó Quil. Él se encontraba más cerca, justo a la salida del pueblo.
Dejadme solo, les rugí a mi vez.
Podía sentir su preocupación en mi cabeza, pese a que intentaba sofocarla entre los sonidos del viento y el bosque. Esto era lo que más odiaba de todo, verme a mí mismo a través de sus ojos, peor aún ahora, que estaban llenos de compasión. Ellos también vieron mi rechazo, pero continuaron persiguiéndome.
Una voz nueva sonó en mi cabeza.
Dejad que se marche. El pensamiento de Sam era dulce, pero al fin y al cabo seguía siendo una orden. Embry y Quil frenaron hasta alcanzar un ritmo de paseo.
Ojalá pudiera dejar de oírles, dejar de ver a través de sus ojos. Tenía la cabeza atestada de cosas, pero la única manera de evitarlo y volver a estar solo, era regresar a mi forma humana y entonces no podría soportar el dolor.
Salid de fase, les ordenó Sam. Embry, voy a recogerte.
Primero una y luego otra, ambas conciencias se desvanecieron silenciosamente. Sólo quedó Sam.
Gracias, me forcé a pensar.
Vuelve cuando puedas. Las palabras sonaban débiles, desapareciendo en el vacío oscuro cuando él también se marchó. Ahora estaba solo.
Mucho mejor. Ahora podía oír el ligero crujido de las hojas húmedas bajo mis pezuñas, el susurro de las alas de un buho sobre mi cabeza, el océano, allá muy lejos, hacia el oeste, con su gemido al chocar contra la costa. Escuchaba esto, pero nada más. No sentía más que la velocidad, nada más que el empuje del músculo, los tendones y el hueso, trabajando juntos en armonía, mientras los kilómetros desaparecían bajo mis patas.
Si el silencio en mi mente permanecía, nunca volvería atrás. Sería el primero en escoger esta forma frente a la otra. Quizá no tendría que volver a escuchar jamás si corría lo suficiente.
Moví las patas con más rapidez, dejando que Jacob Black desapareciera a mis espaldas.

Necesidades
No llegué muy lejos antes de darme cuenta de que la conducción se había convertido en algo imposible.
Cuando ya no podía ver más, dejé que las ruedas se deslizaran sobre el arcén lleno de baches y reduje la velocidad hasta detenerme. Me derrumbé sobre el asiento y me dejé dominar por la debilidad que había controlado en la habitación de Jacob. Había sido peor de lo que pensaba y tan fuerte que me tomó por sorpresa. Y sí, había hecho bien en ocultárselo a Jacob. Nadie debía saber esto jamás.
Pero no estuve sola durante mucho tiempo, sólo el necesario para que Alice me descubriera allí y los pocos minutos que tardó él en llegar. La puerta chirrió al abrirse y Edward me abrazó con fuerza.
Al principio fue peor, porque había una pequeña parte en mí, muy pequeña, pero que iba creciendo y enfadándose a cada minuto y gritando por todo mi ser, que demandaba unos brazos distintos. Y esto fue una nueva fuente de culpa que sirvió para condimentar mi pena.
El no dijo nada y me dejó sollozar hasta que empecé a barbotar el nombre de Charlie.
—¿Estás preparada para volver a casa? ¿De veras? —me preguntó, dudoso.
Me las arreglé para convencerle, después de varios intentos, de que no me iba a sentir mejor a corto plazo. Necesitaba llegar a casa de Charlie antes de que se hiciera tan tarde como para que telefoneara a Billy.
Así que me llevó a casa, por una vez sin llegar al máximo de velocidad de mi coche, manteniendo el brazo firmemente apretado a mi alrededor. Intenté recobrar el control a lo largo de todo el camino. Pareció un esfuerzo inútil al principio, pero no me di por vencida. Me dije que era cuestión de unos pocos segundos ‑el tiempo justo para dar unas cuantas excusas o inventar unas cuantas mentiras‑ y entonces podría derrumbarme otra vez. Tenía que ser capaz de lograr al menos eso. Busqué a duras penas por todo mi cerebro, un desesperado intento de encontrar una reserva de fuerza en alguna parte.
Al final, hallé la suficiente para apagar los sollozos, o disminuir su fuerza al menos, aunque no pudiera acabar con ellos del todo. Las lágrimas no hubo forma. No había ninguna triquiñuela por ninguna parte capaz de ayudarme a controlarlas de ningún modo.
—Espérame arriba —murmuré cuando llegamos a la puerta de la casa.
Me abrazó con más fuerza aún durante un minuto y se marchó.
Una vez dentro, me dirigí en línea recta hacia las escaleras.
—¿Bella? —me llamó Charlie, desde su lugar habitual en el sofá, cuando pasé de largo.
Me volví para mirarle sin hablar. Se le salieron los ojos de las órbitas y se puso en pie de un salto.
—¿Qué ha pasado? ¿Está Jacob...? —inquirió.
Sacudí la cabeza con furia mientras intentaba hallar la voz.
—Está bien, está bien —le prometí, en un tono bajo y hosco. Y en realidad, Jacob estaba bien físicamente, que era todo lo que de verdad le preocupaba a Charlie.
—Pero ¿qué ha pasado? —me agarró por los hombros, con los ojos aún dilatados y llenos de angustia—. ¿Qué es lo que te ha pasado a ti?
Debía de tener un aspecto mucho peor de lo que imaginaba.
—Nada, papá. He... tenido que hablar con Jacob sobre... algunas cosas un poco difíciles. Estoy bien.
Su ansiedad se calmó y fue sustituida por la desaprobación.
—¿Y éste era realmente el mejor momento? —me preguntó.
—Es probable que no, papá, pero no me ha dejado otra alternativa, simplemente había llegado el momento de tener que elegir... Algunas veces no hay forma de llegar a un punto intermedio.
Sacudió la cabeza con lentitud.
—¿Cómo se lo ha tomado? —no le contesté. Me miró a la cara durante un minuto y después asintió. Seguro que ésa era respuesta suficiente—. Espero que no hayas sido un inconveniente para su recuperación.
—Se cura rápido —mascullé.
Charlie suspiró.
Sentí cómo iba perdiendo el control.
—Estaré en mi cuarto —le dije, sacudiendo los hombros para desprenderme de sus manos.
—Vale —admitió Charlie. Se daba cuenta de cómo subía el nivel de las aguas. Nada le asustaba más que las lágrimas.
Hice todo el camino hasta mi habitación a ciegas y dando tumbos.
Una vez en el interior, luché con el cierre del cabestrillo, intentando soltarlo con los dedos temblorosos.
—No, Bella —susurró Edward mientras me cogía las manos—. Esto es parte de quien eres.
Me empujó dentro de la cuna de sus brazos cuando los sollozos se liberaron de nuevo.
Ese día, que se me había hecho el más largo de mi vida, no hacía más que estirarse y volverse a estirar y me preguntaba si alguna vez se acabaría.
Pero, aunque la noche, implacable, se me hizo larguísima también, no fue la peor de mi vida. Me consolé pensando en eso, y además... no estaba sola. Y también encontraba muchísimo consuelo en ello.
Los estallidos emocionales aterraban a mi padre. El pánico le mantuvo alejado de mi habitación y le coartó su deseo de ver cómo estaba, aunque no paré quieta y él, probablemente, no durmió mucho más que yo.
De una manera insoportable, esa noche vi con total claridad las cosas en perspectiva. Pude darme cuenta de todos los errores que había cometido y todos los detalles del daño infligido, tanto los grandes como los pequeños. Cada pena que le había causado a Jacob, cada herida de las que había ocasionado a Edward, se apilaban en nítidos montones que no podía ignorar ni negar.
Y me di cuenta de que había estado equivocada todo el tiempo sobre los imanes. No era a Edward y a Jacob a los que había tratado de reunir, sino que eran aquellas dos partes de mí misma, la Bella de Edward y la de Jacob, pero juntas no podían coexistir y nunca debería haberlo intentado.
Con eso, sólo había conseguido causar mucho daño.
En algún momento de la noche recordé la promesa que me había hecho aquella mañana temprano, la de que nunca permitiría que Edward me volviera a ver derramar una lágrima más por Jacob Black. El pensamiento me provocó un ataque de histeria que asustó a Edward mucho más que los sollozos, pero pasó también, como lo demás, y todo siguió su curso.
Edward habló muy poco; se limitó a abrazarse a mí en la cama y me dejó que le estropeara la camiseta con mis lágrimas.
Necesité más lágrimas y más tiempo del que pensaba para purgar esta pequeña ruptura en mi interior. A pesar de todo, sucedió que al final estaba lo suficientemente exhausta como para quedarme dormida. La inconsciencia no supuso el total alivio del dolor, sólo un torpe descanso parecido al sopor, como si fuera una medicina que lo hizo más soportable; pero las cosas quedaron como estaban, y seguí siendo consciente de ellas, incluso dormida, aunque me ayudó a hacerme a la idea de lo que necesitaba hacer.
La mañana trajo con ella, si no una visión más alegre, al menos un cierto control, y un poco de resignación. De forma instintiva, comprendí que esta nueva desgarradura en mi corazón me dolería siempre, convirtiéndose ahora en parte de mí misma. El tiempo lo curaría todo, o al menos eso es lo que la gente suele decir, pero a mí no me preocupaba si el tiempo me curaba o no. Lo que importaba era que Jacob se recuperara y volviera a ser feliz.
No sentí ningún tipo de desorientación cuando me desperté. Abrí los ojos, secos por fin, y me topé con la mirada de Edward, llena de ansiedad.
—Hola —le dije. Tenía la voz ronca, así que me aclaré la garganta. El no contestó. Me observó, esperando que comenzara de nuevo—. No, estoy bien —le aseguré—. No voy a empezar otra vez —entrecerró los ojos ante mi afirmación—. Siento que hayas tenido que presenciar esto —comenté—. No me parece justo para ti.
Puso las manos a cada lado de mi rostro.
—Bella, ¿estás segura de haber efectuado la elección correcta? Nunca te he visto sufrir tanto... —se le quebró la voz en la última palabra.
Pero sí que había conocido una pena mayor.
Le toqué los labios.
—Sí.
—No sé... —arrugó el entrecejo—. Si te duele tanto, ¿cómo puede ser esto lo mejor para ti?
—Edward, tengo claro sin quién no puedo vivir.
—Pero...
Sacudí la cabeza.
—No lo entiendes. Puede que tú seas lo suficientemente valiente o fuerte para vivir sin mí, si eso fuera lo mejor, pero yo nunca podría hacer ese sacrificio. Tengo que estar contigo. Es la única manera en que puedo seguir viviendo.
Aún parecía poco convencido. No debería haberle dejado quedarse conmigo la noche anterior, pero le necesitaba tanto...
—Acércame ese libro, ¿quieres? —le pedí, señalando por encima de su hombro.
Frunció las cejas, confundido, pero me lo dio con rapidez.
—¿Otra vez el mismo? —preguntó.
—Sólo quería encontrar esa parte que recordaba... para ver con qué palabras lo expresa ella... —pasé las páginas deprisa, y encontré con facilidad la que buscaba. Había doblado la esquina superior, ya que eran muchas las veces que había repetido su lectura—. Cathy es un monstruo, pero hay algunas cosas en las que tiene razón —murmuré, y leí las líneas en voz queda, en buena parte para mis adentros—. «Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para mí» —asentí, otra vez para mí misma—. Comprendo a la perfección lo que ella quiere decir, y también sé sin la compañía de quién no puedo vivir.
Edward me arrebató el libro de las manos y lo lanzó limpiamente a través de la habitación, aterrizando con un suave golpe sordo sobre mi escritorio. Enrolló los brazos alrededor de mi cintura.
Una pequeña sonrisa iluminó su rostro perfecto, aunque la preocupación aún se notaba en la frente.
—Heathcliff también tiene sus aciertos —comentó. Él no necesitaba el libro para saberse el texto a la perfección, me estrechó más aún entre sus brazos y me susurró al oído—. «¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!».
—Sí —le contesté en voz baja—. Ése es el tema.
—Bella, no puedo soportar que te sientas tan mal. Quizá...
—No, Edward. He convertido todo en un auténtico lío y voy a tener que vivir con ello, pero ya sé lo que quiero y lo que necesito... y lo que voy a hacer ahora.
—¿Y qué es lo que vamos a hacer ahora?
Sonreí un poco ante su corrección y después suspiré.
—Vamos a ver a Alice.
Alice estaba sentada en el primer escalón del porche, demasiado nerviosa para esperarnos dentro. Parecía a punto de comenzar un baile de celebración, y estaba muy excitada con las noticias que sabía que habíamos ido allí a comunicarle.
—¡Gracias, Bella! —gritó en cuanto bajamos del coche.
—Tranquila, Alice —le advertí, levantando una mano para contener su júbilo—. Te voy a poner unas cuantas condiciones.
—Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé. Tengo hasta el trece de agosto como fecha máxima, tienes poder de veto en la lista de invitados y no puedo pasarme en nada o no volverás a hablarme jamás.
—Oh, vale. Está bien. Entonces, ya tienes claras las reglas.
—No te preocupes, Bella, todo será perfecto. ¿Quieres ver tu vestido?
Tuve que respirar varias veces seguidas. Cualquier cosa que la haga feliz, me dije a mí misma.
—Seguro.
La sonrisa de Alice estaba llena de suficiencia.
—Esto, Alice —comenté, intentando mostrar un tono de voz natural, sereno—, ¿cuándo me conseguiste el vestido?
Seguramente no valió mucho como actuación. Edward me apretó la mano.
Alice encabezó la marcha hacia el interior, subiendo las escaleras.
—Estas cosas requieren su tiempo, Bella —-explicó, aunque su tono era algo... evasivo—. Quiero decir que no estaba segura de que las cosas fueran a tomar este rumbo, pero había una clara posibilidad...
—¿Cuándo? —volví a preguntarle.
—Perrine Bruyere tiene lista de espera, ya sabes —me contestó ya a la defensiva—. Las obras maestras artesanales no se hacen del día a la noche. Si no lo hubiera pensado con antelación, ¡llevarías puesta cualquier cosa!
No parecía que fuera capaz de dar una réplica en condiciones, ni siquiera por una vez.
—Per... ¿quién?
—No es un diseñador de los importantes, Bella, así que no es necesario que pilles una rabieta, pero él me prometió que lo haría y está especializado en lo que necesito.
—No estoy cogiendo una rabieta.
—No, tienes razón —miró con suspicacia mi rostro en calma. Así que mientras entraba en su habitación, se volvió hacia Edward—. Tú... fuera.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Bella —gruñó—. Ya conoces las reglas. Se supone que él no puede ver el vestido hasta el día del evento.
Volví a respirar hondo.
—A mí eso no me importa, y sabes que ya lo ha visto en tu mente, pero si así es como lo quieres...
Empujó a Edward hacia la puerta. El ni siquiera le dedicó una mirada, ya que no me perdía a mí de vista, receloso, preocupado por dejarme sola. Yo asentí, esperando que mi expresión fuera lo bastante tranquila como para insuflarle seguridad.
Alice le cerró la puerta en las narices.
—¡Estupendo! —murmuró—. Vamos.
Me cogió de la muñeca y me arrastró hasta su armario, mayor que todo mi dormitorio, y después tiró de mí hasta la esquina más lejana, donde una gran bolsa blanca para ropa ocupaba ella sola todo un perchero.
Abrió la cremallera de la bolsa con un solo movimiento y después la retiró con cuidado de la percha. Dio un paso hacia atrás, alargando un brazo hacia ella como si fuera la presentadora de un programa concurso.
—¿Y bien? —me preguntó casi sin aliento.
Yo lo admiré durante un buen rato para hacerla rabiar un poco. Su expresión se volvió preocupada.
—Ah —comenté, y sonreí, dejando que se relajase—. Ya veo.
—¿Qué te parece? —me exigió.
Era otra vez como mi visión de Ana de las Tejas Verdes.
—Es perfecto, claro. El más apropiado. Eres un genio.
Ella sonrió abiertamente.
—Ya lo sé.
—¿Mil novecientos dieciocho? —intenté adivinar.
—Más o menos —admitió ella, asintiendo—. En parte es diseño mío, la cola, el velo... —acarició el satén blanco mientras hablaba—. El encaje es de época, ¿te gusta?
—Es precioso. A él le va a gustar mucho.
—¿Y a ti también te parece bien? —insistió ella.
—Sí, Alice, eso creo. Me parece que es justo lo que necesito. Y sé que harás un magnífico trabajo con todo, pero si pudieras controlarte un poquito...
Sonrió encantada.
—¿Puedo ver tu vestido? —le pregunté.
Ella parpadeó, con el rostro blanco.
—¿No pediste tu traje al mismo tiempo? No quiero que mi dama de honor lleve puesto un trapajo cualquiera —hice como si me estremeciera de espanto.
Enlazó sus brazos en torno a mi cintura.
—¡Gracias, Bella!
—¿Cómo no has podido ver lo que se nos venía? —bromeé, besando su pelo erizado—. ¡Pero qué clase de psíquica eres tú!
Alice se retiró bailoteando, y su rostro se iluminó con entusiasmo renovado.
—¡Tengo tanto que hacer! Vete a jugar con Edward. He de ponerme a trabajar.
Salió disparada fuera de la habitación y gritó «¡¡Esme!!» antes de desaparecer.
Yo la seguí a mi propio paso. Edward estaba esperándome en el vestíbulo, apoyado contra la pared revestida con paneles de madera.
—Eso ha estado muy bien, pero que muy bien por tu parte —me felicitó.
—Ella parece feliz —admití.
Me tocó la cara; tenía los ojos muy sombríos, ya que había pasado mucho tiempo desde que me dejó, y escrutaron mi rostro minuciosamente.
—Salgamos de aquí —sugirió de súbito—. Vamonos a nuestro prado.
La idea sonaba bastante atractiva.
—Espero no tener que esconderme más, ¿o sí?
—No. El peligro lo dejamos aquí.
Mientras corría, mantuvo una expresión serena, pensativa. El viento me azotaba la cara, más cálido ahora que la tormenta había pasado del todo. Las nubes cubrían el cielo, según su costumbre habitual.
Ese día, el prado tenía un aspecto pacífico, el de un lugar feliz. Matojos de margaritas punteaban la hierba con una explosión de blanco y amarillo. Me tumbé, sin hacer caso a la ligera humedad del suelo y estuve intentando reconocer formas en las nubes. Parecían demasiado lisas, demasiado suaves. Sin figuras, sólo una manta suave y gris.
Edward se echó a mi lado y me cogió la mano.
—¿El trece de agosto? —me preguntó de forma casual después de un rato de silencio apacible.
—Eso es un mes antes de mi cumpleaños. No quiero que esté muy cerca.
Él suspiró.
—Técnicamente, Esme es tres años mayor que Carlisle. ¿Lo sabías? —sacudí la cabeza—. Y eso no ha supuesto ninguna diferencia entre ellos.
Mi voz sonó serena, un contrapunto a su ansiedad.
—La edad no es lo que de verdad importa. Edward, estoy preparada. He escogido la vida que deseo y ahora quiero empezar a vivirla.
Me revolvió el pelo.
—¿Y el veto a la lista de invitados?
—La verdad es que no me importa, pero yo... —dudé, ya que no quería extenderme en la explicación, aunque era mejor terminar de una vez—. No estoy segura de si Alice se va a sentir en la obligación de invitar a unos cuantos licántropos. No sé si... a Jake le daría por... por querer venir. Bien por pensar que sería lo correcto, o porque creyera que heriría mis sentimientos de no hacerlo. El no tiene por qué pasar por esto.
Edward se quedó quieto durante un minuto. Fijé la mirada en las puntas de las copas de los árboles, casi negras contra el gris claro del cielo.
De repente, Edward me cogió de la cintura y me colocó sobre su pecho.
—Dime por qué estás haciendo esto, Bella. ¿Por qué has decidido ahora darle carta blanca a Alice?
Le repetí la conversación que había tenido con Charlie la pasada noche, antes de ir a ver a Jacob.
—No sería correcto mantener a Charlie al margen de la boda —concluí—, y eso incluye a Renée y Phil. Por otro lado, también quería hacer feliz a Alice. Quizá haría que todo fuera más fácil para Charlie si pudiera despedirme de él de una forma apropiada. Incluso aunque piense que es demasiado pronto, no quiero escatimarle la oportunidad de acompañarme «en el pasillo de la iglesia» —hice una mueca ante las palabras y después inhalé un gran trago de aire—. Al menos, papá, mamá y mis amigos conocerán el aspecto mejor de mi elección, lo máximo que puedo compartir con ellos. Sabrán que te he escogido a ti y sabrán que estamos juntos. Sabrán también que soy feliz, esté donde esté. Creo que es lo mejor que puedo hacer por ellos.
Edward me sujetó el rostro entre sus manos, observándolo atentamente durante un buen rato.
—No hay trato —comentó de forma abrupta.
—¿Qué? —jadeé—. ¿Te estás echando atrás? ¡No!
—No me estoy echando atrás, Bella. Mantendré mi lado del acuerdo, pero quiero librarte del atolladero. Haz lo que quieras, sin sentirte atada por nada.
—¿Por qué?
—Bella, ya veo lo que estás haciendo. Estás intentando hacer que todo el mundo sea feliz y no quiero que andes preocupada por los sentimientos de los demás. Necesito que tú seas feliz. No te inquietes por Alice, ya me ocuparé yo de eso. Te prometo que no te hará sentir culpable.
—Pero yo...
—No. Vamos a hacer esto a tu manera. A la mía no ha funcionado. Te he llamado cabezota, pero mira cómo me he comportado yo. Me he apegado con una obstinación verdaderamente idiota a lo que consideraba mejor para ti, y sólo he conseguido herirte. Herirte muy hondo una y otra vez. Ya no confiaré más en mí. Sé feliz a tu manera, ya que yo siempre lo hago mal. Eso es lo que hay —cambió de posición debajo de mí, cuadrando los hombros—. Vamos a hacer esto a tu manera, Bella. Esta noche. Hoy. Cuanto antes mejor. Hablaré con Carlisle. He estado pensando que quizá si te damos suficiente morfina no lo pasarás tan mal. Merece la pena intentarlo —apretó los dientes.
—Edward, no...
Me puso un dedo en los labios para cerrarlos.
—No te preocupes, Bella, mi amor. No he olvidado el resto de tus peticiones.
Introdujo las manos en mi pelo y sus labios se movieron de modo lento, pero concienzudo, contra los míos, antes de que me diera cuenta de a qué se estaba refiriendo. De lo que estaba haciendo.
No me quedaba mucho tiempo para reaccionar. Si esperaba un poco, no sería capaz de recordar por qué tenía que detenerle. Ya empezaba a no poder respirar bien. Aferré sus brazos con las manos, apretándome más contra él, mi boca pegada a la suya, contestando de este modo a cualquier pregunta inexpresada por su parte.
Intenté aclararme la mente, para encontrar un modo de hablar.
Se dio la vuelta lentamente, presionándome contra la hierba fría.
¡Oh, vamos, qué importa!, se alegraba mi parte menos noble. Tenía la mente llena de la dulzura de su aliento.
No, no, no, discutía en mi interior. Sacudí la cabeza y su boca se deslizó hasta mi cuello, dándome una oportunidad para recobrar la respiración.
—Para, Edward. Detente —mi voz era tan débil como mi voluntad.
—¿Por qué? —susurró en el hueco de mi garganta.
Intenté imprimir algún tipo de resolución en mi tono.
—No quiero que hagamos esto ahora.
—¿Ah, no? —preguntó, con una sonrisa transparentándose en su voz. Puso sus labios otra vez sobre los míos y se me hizo imposible volver a hablar. El fuego corría por mis venas, quemándome donde mi piel tocaba la suya.
Me obligué a concentrarme. Me costó un esfuerzo enorme el simple hecho de liberar mis manos de su pelo, y trasladarlas a su pecho, pero lo hice. Y después le empujé, en un intento de apartarle. No podría haberlo conseguido sola, pero él respondió como sabía que haría.
Se irguió unos centímetros para mirarme y sus ojos no ayudaron en nada a respaldar mi resolución, ardiendo de pasión con un fuego negro.
—¿Por qué? —me preguntó otra vez, su voz baja y ronca—. Te amo. Te deseo. Justo ahora.
Las mariposas de mi estómago me inundaron la garganta, y él se aprovechó de mi incapacidad para hablar.
—Espera, espera —intenté musitar entre sus labios.
—No será por mí —murmuró despechado.
—¿Por favor? —jadeé.
Él gruñó y se apartó dejándose caer sobre su espalda de nuevo.
Nos quedamos allí echados durante un minuto, intentando frenar el ritmo de nuestras respiraciones.
—Dime por qué no ahora, Bella —exigió él—. Y será mejor que no tenga nada que ver conmigo.
Todo en mi mundo tenía que ver con él. Vaya tontería esperar lo contrario.
—Edward, esto es muy importante para mí. Y quiero hacerlo bien.
—¿Y cuál es tu definición de «bien»?
—La mía.
Se dio la vuelta apoyándose en el codo y me miró fijamente, con una expresión de desaprobación.
—¿Y cómo piensas hacer esto bien?
Inspiré en profundidad.
—De forma responsable. Todo a su tiempo. No voy a dejar a Charlie y a Renée sin lo mejor que les pueda ofrecer. No voy a privar a Alice de su diversión, si de todas formas me voy a casar. Y me ataré a ti de todas las formas humanas que haya antes de pedirte que me hagas inmortal. Quiero cumplir todas las reglas, Edward. Tu alma para mí es muy importante, demasiado importante para tomármela a la ligera. Y no me vas a hacer cambiar de opinión en esto.
—Te apuesto a que sí podría —murmuró, con los ojos llenos de fuego.
—Pero no lo harás —le repliqué, intentando mantener mi voz bajo control—. No si sabes que esto es lo que quiero de verdad.
—Eso no es jugar limpio —me acusó.
Le sonreí abiertamente.
—Nunca dije que lo haría.
Él me devolvió la sonrisa, con una cierta nostalgia.
—Si cambias de idea...
—Serás el primero en saberlo —le prometí.
Las nubes empezaron a dejar caer la lluvia justo en ese momento, unas cuantas gotas dispersas que sonaron con suaves golpes sordos cuando se estrellaron contra la hierba.
Fulminé al cielo con la mirada.
—Te llevaré a casa —me limpió las pequeñas gotitas de agua de las mejillas.
—La lluvia no es el problema —refunfuñé—. Esto sólo quiere decir que es el momento de hacer algo que va a ser muy desagradable e incluso peligroso de verdad —los ojos se le dilataron alarmados—. Es estupendo que estés hecho a prueba de balas —suspiré—. Voy a necesitar ese anillo. Ha llegado la hora de decírselo a Charlie.
Se rió ante la expresión dibujada en mi rostro.
—Peligroso de verdad —admitió. Se rió otra vez y luego rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros—. Pero al menos no hay necesidad de hacer una excursión.
Otra vez deslizó el anillo en su lugar, en el tercer dedo de mi mano izquierda.
Donde probablemente estaría... durante toda la eternidad.

Etíca
Mil productos diferentes abarrotaban la estantería del cuarto de baño de Alice, todos ellos con la pretensión de embellecer la piel de una persona. Supuse que había adquirido la mayoría como deferencia a mí, ya que en aquella casa todos tenían una piel perfecta. Leí las etiquetas con asombro, hecha polvo ante semejante desperdicio.
Tuve la precaución de no mirar al gran espejo.
Alice me peinaba el pelo con movimientos lentos y rítmicos.
—Ya basta, Alice —le insté en tono apagado—. Quiero volver a La Push.
¿Cuántas horas tendría que esperar a que Charlie abandonara la casa de Billy para poder ver a Jacob? Cada minuto que había pasado sin saber si Jake seguía respirando o no, me había pesado como diez vidas completas. Y ahora, cuando por fin podía ir para verificar su estado por mí misma, el tiempo se me pasaba tan rápido... Sentí como si estuviera conteniendo el aliento antes de que Alice llamara a Edward, insistiendo en que debía mantener esa ridicula farsa de que había dormido fuera de casa. Parecía algo tan insignificante...
—Jacob continúa inconsciente —contestó Alice—. Carlisle o Edward te llamarán en cuanto despierte. De cualquier modo, debes ir a ver a tu padre. Estaba en casa de Billy, ha visto que Carlisle y Edward han regresado de la excursión y va a recelar cuando llegues a casa.
Ya tenía mi historia memorizada y contrastada.
—No me preocupa. Quiero estar allí cuando Jacob despierte.
—Sé que has tenido un día muy largo, y lo siento, pero ahora has de pensar en Charlie. Debe seguir en la ignorancia para estar a salvo, es más importante que nunca. Sé que aún no has empezado a enfrentarte a ello, pero eso no quiere decir que puedas rehuir tus compromisos. Interpreta tu papel primero, Bella, y después podrás hacer lo que quieras. Parte de ser un Cullen consiste en mostrarse meticulosamente responsable.
Era evidente que ella estaba en lo cierto, y si no fuera por esa misma razón, más poderosa que todo mi miedo, mi dolor y mi culpabilidad, Carlisle jamás habría sido capaz de instarme a abandonar a Jacob, estuviera inconsciente o no.
—Vete a casa —me ordenó Alice—. Habla con Charlie. Dale vida a tu coartada. Mámenle a salvo.
Me puse de pie, y la sangre se me bajó de golpe hasta los pies, pinchándome como las puntas de miles de agujas. Había estado allí sentada durante demasiado tiempo.
—Ese vestido te queda precioso —me arrulló Alice.
—¿Eh? Ah. Esto... Gracias otra vez por la ropa —murmuré, más por cortesía que por gratitud real.
—Vas a necesitar una prueba —repuso Alice, con sus ojos abiertos de forma inocente—. ¿Qué es una excursión de compras sin un conjunto nuevo? Es muy favorecedor, aunque esté mal que yo lo diga.
Parpadeé, incapaz de recordar qué ropa me había puesto Alice. No podía controlar mis pensamientos ni evitar que se dispersaran cada pocos minutos, como insectos huyendo de la luz...
—Jacob se encuentra bien, Bella —comentó Alice, intuyendo con facilidad mi preocupación—. No hay prisa. Si piensas en la cantidad de morfina adicional que ha tenido que inyectarle Carlisle, viendo lo rápido que la quema con esa temperatura que tiene, ya te puedes hacer idea de que va a estar fuera de combate durante un rato.
Al menos no sentía dolor alguno. Todavía no.
—¿Hay algo de lo que quieras hablar antes de irte? —me preguntó Alice con simpatía—. Debes de estar más que traumatizada.
La vi venir e intuí qué atizaba su curiosidad, pero yo tenía otras preguntas.
—¿Seré como ella? —quise saber—. ¿Me pareceré a Bree, la neófita del claro?
Necesitaba reflexionar acerca de muchas cosas, pero no lograba olvidar a la neófita cuya vida había acabado de forma tan abrupta. Su rostro, crispado por el deseo de sangre, persistía detrás de mis párpados.
Alice me acarició el brazo.
—Cada uno es distinto, pero guardará cierto parecido —permanecí quieta mientras intentaba imaginarlo—. Se pasa —me prometió.
—¿Cuánto tiempo necesitaré para superarlo?
Ella se encogió de hombros.
—Unos cuantos años, quizá menos. Podría ser diferente en tu caso. No he visto a nadie que lo haya pasado habiéndolo escogido de modo voluntario. Podría ser interesante observar cómo te afecta a ti.
—Interesante —repetí.
—Procuraremos apartarte de los problemas.
—Ya lo sé. Confío en ti —mi voz era mortecina.
Alice arrugó la frente.
—Si te preocupan Carlisle o Edward, te aseguro que ellos estarán bien. Creo que Sam ha empezado a confiar en nosotros... Bueno, al menos en Carlisle. Eso es estupendo, por supuesto. Imagino que la escena se puso algo tensa cuando Carlisle tuvo que arreglar las fracturas...
—Por favor, Alice.
—Lo siento.
Inspiré profundamente para tranquilizarme. Jacob había comenzado a curarse demasiado rápido y algunos de sus huesos se habían unido mal. Él se lo había tomado bastante bien, pero todavía me resultaba difícil pensar en ello.
—Alice, ¿puedo preguntarte una cosa sobre el futuro?
Ella adoptó de repente una actitud cautelosa.
—Ya sabes que no lo veo todo.
—No es eso..., verás, algunas veces tú sí que ves mi futuro. ¿Por qué crees que no surten efecto en mí los poderes de Edward, Jane o Aro?
Mi frase se desvaneció junto con mi nivel de interés. Mi curiosidad en este asunto se estaba debilitando, superada por completo por otras emociones más apremiantes. Alice, sin embargo, encontró la cuestión muy interesante.
—En el caso de Jasper, su don actúa sobre tu cuerpo igual que sobre el de los demás. Ésa es la diferencia, ¿lo ves? La habilidad de Jasper afecta de un modo físico. Realmente te calma o te enerva, no es una ilusión. Y yo tengo visiones de los resultados de las cosas, pero no de las razones y pensamientos que las provocan. Están fuera de la mente, no son una ilusión, tampoco; es la realidad, o al menos una versión de la misma. Pero tanto Jane, como Edward, como Aro o Demetri, todos ellos trabajan dentro de la mente. Jane sólo crea una ilusión de dolor. En realidad, no le hace daño a tu cuerpo, es sólo que tú lo crees así. ¿Lo ves, Bella? Estás a salvo dentro de tu mente, nadie puede llegar hasta allí. No resulta nada raro que Aro sienta tanta curiosidad por tus habilidades futuras.
Observó mi rostro para ver si seguía su argumento lógico. Para ser sincera, me daba la sensación de que sus palabras habían empezado a atrepellarse, y las sílabas y los sonidos habían perdido su significado. No podía concentrarme en ellas. Aun así, asentí. Intenté hacer como si lo hubiera comprendido.
Ella no se dejó engañar. Me acarició la mejilla y murmuró:
—Todo va a salir bien, Bella. No necesito una visión para saber eso. ¿Estás preparada para irte ya?
—Una cosa más. ¿Puedo hacerte otra pregunta sobre el futuro? No quiero nada concreto, sólo un punto de vista general.
—Lo haré lo mejor que pueda —me dijo, vacilante de nuevo.
—¿Todavía me ves convirtiéndome en vampira?
—Ah, eso es fácil. Claro que sí.
Asentí con lentitud.
Examinó mi rostro, sus ojos eran insondables.
—¿No estás segura de tu propia decisión, Bella?
—Sí. Simplemente quería saber si tú lo estabas.
—Yo estoy segura en la medida en que tú lo estés. Ya lo sabes. Si tú cambias de opinión, cambiará lo que yo veo... o desaparecerá, en tu caso.
Suspiré.
—Pero eso no va a ocurrir.
Me abrazó.
—Lo siento. No puedo ponerme en tu lugar. Mi primer recuerdo es el de ver el rostro de Jasper en mi futuro; siempre supe que él era el lugar hacia donde mi vida se dirigía, pero sí puedo intentar comprenderte. Siento muchísimo que tengas que elegir entre dos opciones igual de buenas.
Me sacudí sus brazos de encima.
—No te apenes por mí —había gente que merecía simpatía, pero yo no era una de ellas. Y no había ninguna elección que tomar, lo único que tenía que hacer era romperle a alguien el corazón—. Será mejor que me vaya a ver a Charlie.
Conduje el coche en dirección a casa, donde mi padre me esperaba con un aspecto tan suspicaz como había augurado Alice.
—Hola, Bella. ¿Qué tal ha ido esa excursión de compras? —me saludó cuando entré en la cocina. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos fijos en mi rostro.
—Muy larga —contesté con aspecto aburrido—. Acabamos de regresar.
Charlie comprobó cuál era mi estado de ánimo.
—Supongo que ya te has enterado de lo de Jake...
—Sí. Los otros Cullen nos dieron la mala noticia. Esme nos dijo dónde estaban Carlisle y Edward.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy preocupada por Jake. Quiero ir a La Push en cuanto haga la cena.
—Ya te advertí que esas motos eran peligrosas. Espero que esto te haga comprender que no bromeaba con ese tema.
Asentí mientras empezaba a sacar cosas del frigorífico. Charlie se instaló en la mesa. Parecía de un humor más parlanchín de lo habitual.
—No creo que debas preocuparte mucho por Jake. Alguien que puede soltar esa cantidad de palabrotas con tanta energía, seguro que se recupera.
—¿Estaba despierto cuando le viste? —le pregunté, dándome la vuelta para mirarle.
—Oh, sí, y mucho. Tendrías que haberle escuchado..., bueno, en realidad, mejor que no. Me da la sensación de que le ha oído todo el mundo en La Push. No sé de dónde se ha sacado semejante vocabulario, pero espero que no lo haya empleado en tu presencia.
—Pero hoy su excusa es estupenda. ¿Qué pinta tiene?
—Descompuesto. Lo trajeron sus amigos. Menos mal que son chicos fuertes, porque ese chaval es como un armario. Carlisle le dijo que tenía la pierna derecha rota, y también el brazo derecho. Parece ser que se aplastó todo el lateral del cuerpo al caerse de esa maldita moto —Charlie sacudió la cabeza—. Como me entere yo de que has vuelto a montar en moto, Bella...
—No hay problema, papá, no lo haré. Entonces, ¿crees que Jake está bien?
—Seguro, Bella, no te preocupes. Estaba lo suficientemente dueño de sí mismo como para meterse conmigo.
—¿Meterse contigo? —repetí sobresaltada.
—Así es... entre un insulto a la madre de alguien y que estuvo nombrando a Dios en vano, dijo: «Apuesto a que hoy estás contento de que ella quiera a Cullen en vez de a mí, ¿a que sí, Charlie?».
Me volví hacia el frigorífico para impedir que me viera el rostro.
—Y no puedo discutir eso. Edward es mucho más maduro que Jacob en lo que respecta a tu seguridad, eso tengo que concedérselo.
—Jacob es muy maduro —susurré a la defensiva—. Estoy segura de que no ha sido culpa suya.
—Vaya día más extraño el de hoy —reflexionó mi padre al cabo de un minuto—. Ya sabes, no presto muchos oídos a todas esas supersticiones, pero pasaba algo raro... Era como si Billy supiera que le iba a ocurrir algo malo a Jake. Estuvo nervioso como un pavo el día antes de Nochebuena durante toda la mañana. Me extrañaría que hubiera escuchado ni una palabra de lo que le dije.
»Y después, más sorprendente todavía, ¿te acuerdas cuando en febrero y marzo tuvimos todos aquellos problemas con los lobos?
Me incliné para sacar una sartén del mueble de la cocina y conseguir de ese modo un par de segundos de ventaja.
—Sí —mascullé.
—Pues espero que no volvamos a tener dificultades con eso. Esta mañana, cuando estábamos a bordo del barco, y Billy ni me prestaba atención a mí ni a la pesca, de repente, se escucharon aullidos de lobo en los bosques. Más de uno y, chica, sonaban bien fuerte, como si estuvieran junto al pueblo. Lo más raro de todo es que Billy le dio la vuelta al barco y se dirigió derechito al puerto como si le estuvieran llamando a él personalmente. Ni me escuchó siquiera cuando le pregunté qué estaba haciendo.
»Los sonidos cesaron apenas hubimos amarrado, pero esta vez le dio una perra a Billy con lo de no perderse el partido, aunque todavía quedaban horas... Estaba murmurando algo sin sentido de un pase previo... ¿Cómo iban a echar un pase en diferido de un partido en vivo? Ya te digo, Bella, de lo más extraño.
»Bueno, pues cuando llegamos estaban poniendo otro partido que según dijo deseaba ver... pero poco después pareció perder el interés y se pasó todo el rato colgado del teléfono, llamando a Sue, a Emily, y al abuelo de tu amigo Quil. Y no es que se interesara por algo en concreto, se limitó a mantener con ellos una charla de lo más banal.
»Y otra vez comenzaron los aullidos justo fuera de la casa. No había oído en mi vida nada igual... Se me puso la carne de gallina. Le pregunté a Billy, y tuve que gritarle por encima de todo ese ruido, si había puesto trampas en el patio, porque parecía como si el animal estuviera sufriendo mucho.
Hice un gesto de dolor, pero Charlie estaba tan metido en su historia que no se dio cuenta.
—Y claro, a mí se me había olvidado todo esto hasta ahora mismo, porque en ese momento fue cuando llegó Jake. Un minuto antes, los aullidos te ensordecían, hasta el punto de no poder oír ninguna otra cosa y, de pronto, sólo se oían las maldiciones de Jake que los ahogaron bien rápido. Menudo par de pulmones tiene ese chico —Charlie enmudeció un momento con gesto pensativo—. Lo divertido del asunto es que, después de todo, es posible que salga algo positivo de este jaleo. No creí que alguna vez superarían ese absurdo prejuicio que tienen allí contra los Cullen, pero a alguien se le ocurrió llamar a Carlisle y Billy se mostró de lo más agradecido cuando apareció. Pensé que habría que llevar a Jake al hospital, pero Billy prefería tenerlo en casa y Carlisle estuvo de acuerdo. Supongo que él sabe lo que es mejor. Muy generoso por su parte ofrecerse para hacer visitas domiciliarias a un sitio tan lejano.
»Y Edward estuvo realmente encantador... —efectuó una pausa, como si no le apeteciera decir algo. Suspiró y después continuó—. Parecía tan preocupado por Jake como tú... Como si fuera uno de sus hermanos el que estuviera allí tirado. Tenía una mirada... —Charlie sacudió la cabeza—. Es un chico decente, Bella. Intentaré acordarme, aunque, de todos modos, tampoco te prometo nada —me sonrió.
—No te lo recordaré —susurré.
Charlie estiró las piernas y gruñó.
—Es estupendo volver al hogar. No te puedes hacer idea de lo atestada de gente que se puso la casita de Billy. Se presentaron allí los siete amigos de Jake, todos comprimidos en esa pequeña habitación de la entrada... Apenas se podía respirar. ¿Te has fijado alguna vez en lo grandes que son todos esos chicos quileute?
—Sí, claro.
Charlie me miró; de pronto, parecía más interesado.
—La verdad, Bella, es que Carlisle aseguró que Jake estará en pie y dando vueltas por ahí en poco tiempo. También dijo que parecía peor de lo que era en realidad. Va a ponerse bien.
Me limité a asentir.
Había visitado a Jacob tan pronto como Charlie se marchó de casa de Billy. Tenía un aspecto de extraña indefensión. Había cabestrillos por todas partes, ya que Carlisle juzgaba innecesario enyesarle ante la rapidez con la que se estaba recuperando. Tenía el rostro pálido y demacrado, profundamente inconsciente como estaba en ese momento. Frágil. A pesar de lo grande que era, en ese momento me pareció muy frágil. Quizá había sido producto de mi imaginación, al sumarle la idea de que tenía que romper con él.
Ojalá me cayera un rayo y me partiera en dos, y a ser posible de forma dolorosa. Por primera vez, el dejar de ser humana se me presentaba como un verdadero sacrificio, como si fuera excesivo lo que iba a perder.
Deposité el plato junto al codo de mi padre y, tras servirle la cena, me dirigí hacia la puerta.
—Esto... Bella, ¿puedes esperar un segundo?
—¿Se me ha olvidado algo? —pregunté mirando su plato,
—No, no. Es sólo que quería pedirte un favor —Charlie frunció el ceño y miró al suelo—. Siéntate, aunque no me llevará mucho.
Me acomodé a su lado, algo confundida. Intenté concentrarme.
—¿Qué es lo que necesitas, papá?
—Pues, éste es el quid de la cuestión, Bella... —Charlie enrojeció—. Quizás es que hoy me siento un poco supersticioso después de haber andado por ahí con Billy, con lo raro que estaba..., pero tengo un presentimiento. Es como si... fuera a perderte pronto.
—No seas tonto, papá —musité con cierta culpabilidad—. Tú quieres que continúe los estudios, ¿no?
—Sólo prométeme una cosa.
Me mostré vacilante, preparada para echarme atrás.
—Bueno...
—¿Me avisarás antes de tomar alguna decisión definitiva? ¿Antes de que te escapes con él o algo así?
—Papá... —me lamenté.
—Hablo en serio. No te montaré un número, pero avísame con alguna antelación. Dame la oportunidad de abrazarte y decirte adiós.
Me achanté en mi fuero interno, pero levanté la mano.
—Esto es una tontería, pero te lo prometo si eso te hace feliz.
—Gracias, Bella —me dijo—. Te quiero, chiquilla.
—Yo también te quiero, papá —le toqué el hombro y después me retiré de la mesa—. Si necesitas algo, estaré en casa de Billy.
No miré atrás cuando corrí hacia fuera. Esto era perfecto, justo lo que necesitaba en esos momentos. Fui refunfuñando para mis adentros todo el camino hasta La Push.
El Mercedes negro de Carlisle no estaba aparcado frente a la casa de Billy. Eso era bueno y malo. Obviamente, necesitaba hablar con Jacob a solas, pero al mismo tiempo me hubiera gustado poder aferrarme a la mano de Edward, como había hecho antes, mientras Jacob estaba inconsciente. Algo imposible. De todos modos, echaba de menos a Edward, y la tarde a solas con Alice se me había hecho muy larga. Supongo que eso hacía que mi respuesta resultara evidente. Ya tenía claro que no podía vivir sin Edward, pero ese hecho no haría que lo que me esperaba fuera menos doloroso.
Llamé a la puerta principal con suavidad.
—Entra, Bella —contestó Billy. El rugido de mi coche era fácil de reconocer.
Entré.
—Hola, Billy. ¿Está despierto? —le pregunté.
—Recuperó el sentido hace una media hora, justo antes de que se fuera el doctor. Entra. Creo que te está esperando.
Me estremecí y después inspiré profundamente.
—Gracias.
Dudé ante la puerta de la habitación de Jacob, ya que no estaba segura de si debía llamar. Decidí echar primero una ojeada, deseando, tan cobarde como era, que se hubiera vuelto a dormir. Me sentía como si nada más me quedaran unos cuantos minutos a mi disposición.
Abrí un resquicio la puerta y me apoyé en ella, vacilante.
Jacob me esperaba con el rostro tranquilo y sereno. Ya no tenía ese aspecto ojeroso y demacrado, y en su lugar sólo mostraba una cierta palidez. No había el menor asomo de alegría en sus ojos sombríos.
Se me hacía duro mirarle a la cara sabiendo que le amaba. Era algo que cambiaba mucho las cosas, más de lo que yo pensaba. Me pregunté si también había sido así de duro para él durante todo el tiempo.
Por suerte, alguien le había cubierto con una colcha. Era un alivio no tener que contemplar la extensión de los daños.
Entré y cerré la puerta poco a poco a mis espaldas.
—Hola, Jake —murmuré.
No me contestó al principio. Me miró a la cara durante un buen rato. Entonces, haciendo un pequeño esfuerzo, transformó su expresión en una sonrisa ligera y burlona.
—Sí, había pensado que pasaría algo así —suspiró—. Hoy las cosas han ido decididamente a peor. Primero, me equivoco de sitio y me pierdo la mejor parte de la lucha, con lo que Seth se lleva toda la gloria. Luego, Leah se pone a hacer el idiota para demostrar que es tan dura como todos los demás y yo tengo que ser el imbécil que la salve. Y ahora esto —sacudió su mano izquierda hacia mí, que seguía al lado de la puerta, aún indecisa.
—¿Qué tal te sientes? —cuchicheé. Vaya pregunta estúpida.
—Un poquito espachurrado. El doctor Colmillos no estaba seguro de la dosis de sedante que iba a necesitar y ha seguido el método del ensayo y el error. Me da que se le ha ido la mano.
—Pero no te duele.
—No. Al menos no siento las heridas.
Sonrió, de forma burlona otra vez.
Me mordí el labio. En la vida iba a ser capaz de pasar por esto. ¿Por qué ahora que quería morirme nadie venía a matarme ni a intentarlo siquiera?
La ironía abandonó su rostro y sus ojos se llenaron de calidez. Arrugó la frente, como si estuviera preocupado.
—¿Y qué tal estás tú? —me preguntó, y sonó en verdad interesado—. ¿Te encuentras bien?
—¡¿Yo?! —le miré fijamente. Quizás era verdad que le habían administrado demasiadas drogas—. ¿Por qué?
—Bueno, suponía, o más bien tenía bastante claro que, en realidad, no te iba a hacer daño, pero no estaba muy seguro de si pasarías un mal trago. Me he estado volviendo loco de preocupación por ti desde que me desperté. No sabía siquiera si te dejaría o no visitarme. Era una incertidumbre terrible. ¿Qué tal fue? ¿Se ha portado mal contigo? Lo siento si ha ido muy mal. No quería que tuvieras que pasar por todo esto tú sola. Estaba pensando que si hubiera estado allí...
Me llevó un minuto entender adonde pretendía ir a parar. Continuó parloteando, y parecía cada vez más incómodo, hasta que me di cuenta de lo que estaba diciendo. Entonces, me apresuré a corregirle.
—¡No, no, Jake! Estoy bien; en realidad, más que bien. Claro que no se portó mal. ¡Ya me hubiera gustado!
Sus ojos se dilataron en lo que parecía algo cercano al horror.
—¿Qué?
—Ni siquiera se enfadó conmigo, ¡ni contigo! Es tan poco egoísta que incluso me hizo sentirme peor. Hubiera deseado que me gritara o algo así. Y no es que no me lo mereciera. En fin, que fue mucho peor que si me hubiera gritado, pero a él no le importa. Sólo quiere que yo sea feliz.
—¿Y no se ha vuelto loco? —me preguntó Jacob, incrédulo.
—No. Es... demasiado bueno.
Jacob me miró con fijeza durante otro minuto y entonces, de repente, torció el gesto.
—¡Bueno, maldita sea! —gruñó.
—¿Qué es lo que va mal, Jake? ¿Te duele algo? —mis manos se movieron de un lado a otro inútilmente, mientras buscaba su medicación.
—No —refunfuñó en tono disgustado—. ¡Es que no me lo puedo creer! ¿No te dio un ultimátum ni nada parecido?
—Nada de nada..., pero ¿qué es lo que te pasa?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Contaba con otra clase de reacción. Maldito sea. Es mejor de lo que pensaba.
La forma en que lo dijo, aunque sonara más enfadado, me recordó al modo en que Edward había hablado sobre la falta de ética de Jacob, aquella misma mañana, en la tienda. Lo que significaba que Jake seguía conservando la esperanza, seguía luchando. Me estremecí cuando esa certeza se me clavó en lo más hondo.
—No está jugando a ningún juego, Jake —repuse con calma.
—Apuesto a que sí. Juega cada punto tan duro como yo, sólo que él sabe lo que se trae entre manos, y yo no. No me culpes por ser peor manipulador que él, no he tenido tanto tiempo para aprenderme todas las triquiñuelas.
—¡Él no me está manipulando!
—¡Sí que lo hace! ¿Cuándo vas a abrir los ojos y te vas a dar cuenta de que no es tan perfecto como crees?
—Al menos, no me amenazó con hacerse matar para conseguir que le besara —le contesté con brusquedad. Tan pronto como se me escaparon las palabras, enrojecí disgustada—. Espera. Haz como si no hubiera dicho nada. Me juré a mí misma que no iba a mencionar ese tema.
Él inspiró con fuerza. Cuando habló, sonaba más tranquilo.
—¿Por qué no?
—Porque no he venido aquí para culparte de nada.
—Sin embargo, es verdad —comentó con indiferencia—. Eso fue lo que hice.
—No te preocupes, Jake. No me he enfadado.
Sonrió.
—En realidad, no me preocupa. Ya sabía que me perdonarías y estoy contento de haberlo hecho. Y lo haría otra vez. Al menos me quedará eso. Y al menos he conseguido que te des cuenta de que me amas. Eso ya tiene su importancia.
—¿Ah, sí? ¿Es mejor que si yo aún no lo supiera?
—¿No crees que deberías conocer tus sentimientos antes de que te sorprendan algún día, cuando sea demasiado tarde y te hayas convertido en una vampira casada?
Negué con la cabeza.
—No, no me refería a lo mejor para mí, sino a lo mejor para ti. ¿En qué te facilitaría las cosas saber que estoy enamorada de ti si de todos modos no iba a suponer diferencia alguna? ¿No te resultaría más fácil si no tuvieras ni idea?
Se tomó la pregunta con la seriedad que yo pretendía y sopesó con cuidado la contestación antes de responder.
—Es preferible saberlo —decidió finalmente—. Por si no te lo habías imaginado, siempre me pregunté si tu decisión hubiera sido diferente en el caso de que supieras que me querías. Ahora lo sé. Hice cuanto estuvo en mi mano.
Se sumió en una respiración agitada y cerró los ojos.
Esta vez, no supe ni quise resistirme al impulso de consolarle. Crucé la pequeña habitación y me arrodillé en el suelo a la altura de su cabeza, sin atreverme a tomar asiento en la cama por temor a moverla y provocarle algún dolor. Me incliné hasta tocarle la mejilla con mi frente.
Jacob suspiró, me pasó la mano por los cabellos y me mantuvo allí.
—Cuánto lo siento, Jake.
—Siempre fui consciente de que había pocas posibilidades. No es culpa tuya, Bella.
—Tú también, no, por favor —gemí.
Se retrepó un poco para mirarme.
—¿Qué?
—Es culpa mía, y estoy hasta las narices de que todos me digáis lo contrario.
Esbozó una sonrisa, pero la alegría no le llegó a los ojos.
—¿Qué? ¿Me quieres echar a los leones?
—En este momento, creo que sí.
Frunció los labios, como si ponderase hasta qué punto era así. Una sonrisa recorrió su rostro durante unos instantes y luego crispó la expresión en un gesto de pocos amigos.
—Es imperdonable que me devolvieras el beso de esa manera —me echó en cara—. Si lo único que pretendías era que regresara, quizá no deberías haberte mostrado tan convincente.
—Lo siento tanto... —susurré mientras asentía con la cabeza y mostraba una mueca de dolor.
—Deberías haberme dicho que me largara, que muriera. Eso es lo que querías.
—No, Jacob —gimoteé mientras intentaba reprimir las lágrimas—. ¡No! ¡Jamás!
—¿No te habrás puesto a llorar? —inquirió con una voz que había recuperado su tono habitual.
Se retorció con impaciencia en la cama.
—Sí —murmuré, y me eché a reír sin apenas fuerza, por lo que mis lágrimas se convirtieron en sollozos.
Osciló su peso sobre el lecho y bajó la pierna buena de la cama como si pretendiera ponerse en pie.
—¿Qué diablos haces? —pregunté mientras me sobreponía a los sollozos—. Túmbate, idiota, vas a hacerte daño.
Me levanté y empujé hacia abajo su hombro con ambas manos.
Tras rendirse, se reclinó con un jadeo de dolor, pero me agarró por la cintura y me atrajo hacia el lecho, junto a su costado sano. Me repantigué allí mientras intentaba sofocar aquel estúpido llanto sobre su piel caliente.
—No puedo creerme que estés llorando —farfulló—. Sabes que he dicho lo que he dicho porque tú querías, no es lo que pienso en realidad —me acarició los hombros con la mano.
—Lo sé —inspiré hondo de forma entrecortada mientras intentaba controlarme. ¿Cómo me las arreglaba para ser siempre yo la que llorara y él quien me consolara?—. Aun así, sigue siendo cierto. Gracias por decirlo en voz alta.
—¿Sumo puntos por hacerte llorar?
—Claro, Jake —intenté sonreír—. Los que quieras.
—No te preocupes, cielo. Todo va a solucionarse.
—Pues no veo cómo —musité.
Me dio unas palmadas en la coronilla.
—Me voy a rendir, y seré bueno.
—¿Qué? ¿Más jueguecitos? —le pregunté; ladeé la mejilla para verle el rostro.
—Quizá —necesitó de un pequeño esfuerzo para poder reírse, y luego hizo un gesto de dolor—. Pero lo voy a intentar.
Torcí el gesto.
—No seas tan pesimista —se quejó—. Dame un poco de crédito.
—¿A qué te refieres con «seré bueno»?
—Seré tu amigo, Bella —contestó en voz baja—. No voy a pedirte nada más.
—Creo que es demasiado tarde para eso, Jake. ¿Cómo vamos a ser amigos cuando nos amamos el uno al otro de este modo?
Miró al techo. Mantuvo la vista fija, como si estuviera leyendo algo en él.
—Quizá podamos mantener una amistad a cierta distancia.
Apreté los dientes, alegre de que no me estuviera mirando a la cara mientras intentaba controlar los sollozos que amenazaban con superarme. Debía ser fuerte y no tenía ni idea de cómo hacerlo...
—¿Conoces esa historia de la Biblia del rey y de las mujeres que se disputaban a un niño? —preguntó de pronto, como si continuara leyendo en el techo blanco.
—Claro, era el rey Salomón.
—Eso es, el rey Salomón —repitió—, y él habló de cortar en dos al bebé, pero era sólo una prueba para saber a quién debía confiar su custodia.
—Sí, me acuerdo.
Volvió a mirarme.
—No estoy dispuesto a dividirte en dos de nuevo, Bella.
Comprendí a qué se refería. Me estaba diciendo que él era quien más me amaba de los dos, y que su rendición lo demostraba. Quise defender a Edward y decirle que él haría lo mismo si yo lo deseara, si yo se lo permitiera. Era yo quien no renunciaba a mi objetivo, pero no tenía sentido iniciar un debate que sólo iba a herirle más.
Cerré los ojos, dispuesta a controlar el dolor para que Jake no cargara con él.
Permanecimos callados durante un momento. El parecía esperar a que yo dijera algo y yo me devanaba los sesos para que se me ocurriera qué decir.
—¿Puedo decirte cuál es la peor parte? —preguntó, vacilante, al ver que yo no abría la boca—. ¿Te importa? Voy a ser bueno.
—¿Va a servir de algo? —susurré.
—Quizá, y no hará daño.
—En tal caso, ¿qué es lo peor?
—Lo peor de todo es saber que habría funcionado.
—Que quizá habría funcionado.
Suspiré.
—No —meneó la cabeza—. Estoy hecho a tu medida, Bella. Lo nuestro habría funcionado sin esfuerzo, hubiera sido tan fácil como respirar. Yo era el sendero natural por el que habría discurrido tu vida... —miró al vacío durante unos instantes y esperó—. Si el mundo fuera como debiera, si no hubiera monstruos ni magia...
Entendía su punto de vista y sabía que tenía razón. Jacob y yo habríamos terminado juntos si el mundo fuera el lugar cuerdo que se suponía que debía ser. Habríamos sido felices. El era mi alma gemela en aquel mundo, y lo hubiera seguido siendo si no se hubiera visto ensombrecido por algo más fuerte, algo demasiado fuerte que jamás habría existido en un mundo racional.
¿Habría algo así también para Jacob? ¿Algo que se impusiera a un alma gemela? Necesitaba creer que así era.
Dos futuros y dos almas gemelas, demasiado para una sola persona, y tan injusto que no iba a ser yo la única que pagara por ello.
El tormento de Jacob parecía un alto precio. Me arrugué al pensar en ese precio. Me pregunté si no habría vacilado de no haber perdido ya a Edward en una ocasión y no haber sabido cómo era la vida sin él. No estaba segura, pero parecía que ese conocimiento formaba ya parte de la esencia de mi ser, no podía imaginar cómo me sentiría sin ello.
—Él es como una droga para ti —Jake habló con voz pausada y amable, sin atisbo de crítica—. Ahora veo que no eres capaz de vivir sin él. Es demasiado tarde, pero yo hubiera sido más saludable para ti, nada de drogas, sino el aire, el sol.
Las comisuras de mis labios se alzaron cuando esbocé una media sonrisa.
—Acostumbraba a pensar en ti de ese modo, ya sabes, como el sol, mi propio sol. Tu luz compensaba sobradamente mis sombras.
El suspiró.
—Soy capaz de manejar las sombras, pero no de luchar contra un eclipse.
Le toqué el rostro. Extendí la mano sobre su mejilla. Suspiró al sentir mi roce y cerró los ojos. Permaneció muy quieto. Durante un minuto pude escuchar el golpeteo lento y rítmico de su corazón.
—Dime, ¿cuál es la peor parte para ti? —susurró.
—Dudo que mencionarlo sea una buena idea.
—Por favor.
—Creo que no haría más que daño.
—Por favor.
¿Cómo podía negarle algo llegados a aquel extremo?
—La peor parte... —vacilé, y dejé que las palabras brotaran en un torrente de verdad—. La peor parte es que lo vi todo, vi nuestras vidas, y las quise con desesperación, lo quise todo, Jake. Deseaba quedarme aquí y no moverme. Deseaba amarte y hacerte feliz, pero no puedo, y eso me está matando. Es como Sam y Emily, Jake, jamás tuve elección. Siempre supe que las cosas no iban a cambiar. Quizá sea por esa razón por lo que he luchado contra ti con tanto ahínco.
Jacob parecía concentrado en seguir respirando con regularidad.
—Sabía que no debía decírtelo.
El sacudió la cabeza despacio.
—No, me alegra que lo hicieras. Gracias —me besó en la coronilla y suspiró—. Ahora, seré bueno.
Alcé los ojos. Jake sonreía.
—Así que ahora vas a casarte, ¿no?
—No tenemos por qué hablar de eso.
—Me gustaría conocer algunos detalles. No sé cuándo volveré a verte de nuevo.
Tuve que esperar casi un minuto antes de recuperar el habla. Respondí a su pregunta cuando estuve casi segura de que no iba a fallarme la voz.
—En realidad, no es idea mía, pero sí, me voy a casar. Supongo que significa mucho para él. ¿Por qué no?
Jacob asintió.
—Es cierto. No parece gran cosa... en comparación.
Su voz era tranquila, la voz de alguien realista. Le observé fijamente, sintiendo curiosidad por saber cómo se las estaba arreglando, y lo estropeé. Sus ojos se encontraron con los míos durante unos segundos y luego giró la cabeza para desviar la mirada. No hablé hasta que se sosegó su respiración.
—Sí. En comparación —admití.
—¿Cuánto tiempo te queda?
—Eso depende de cuánto le lleve a Alice organizar la boda —contuve un gemido al imaginar lo que ella podría montar.
—¿Antes o después? —inquirió con voz suave.
Supe a qué se refería.
—Antes.
Él asintió. Debió de suponer un alivio para él. Me pregunté cuántas noches le habría dejado sin dormir la idea de mi graduación.
—¿Estás asustada? —musitó.
—Sí —repliqué, también en un susurro.
—¿De qué tienes miedo?
Ahora, apenas podía oír su voz. Mantuvo la vista fija en mis manos.
—A un porrón de cosas —me esforcé en que mi voz sonara más desenfadada, pero no me aparté de la verdad—. Nunca he tenido una vena masoquista, por lo que no voy en busca del dolor. Y me gustaría que hubiera alguna forma de evitar que Edward estuviera conmigo para que no sufriera, pero dudo que la haya. Hay que tener en cuenta también el tema de Charlie y Renée, y luego, mucho después, espero que sea capaz de controlarme pronto. Quizá sea una amenaza tal que la manada deba quitarme de la circulación.
El alzó los ojos con expresión de reproche.
—Le cortaré el tendón a cualquiera de mis hermanos que lo intente.
—Gracias.
Sonrió con poco entusiasmo y luego torció el gesto.
—Pero ¿no es más peligroso que eso? Todas las historias aseguran que resulta demasiado duro... Ellos podrían perder el control. .. Algunas personas mueren.
Tragó saliva.
—No, eso no me asusta, Jacob, tontorrón. ¿Acaso no sabes muy bien que no hay que creer en las historias de vampiros? —obviamente, no le vio la gracia al chiste—. Bueno, de todos modos, hay un montón de cosas por las que preocuparse, pero casi todas están al final.
Asintió a regañadientes, y supe que en eso no había forma de que estuviéramos de acuerdo.
Estiré el cuello para susurrarle al oído mientras mi mejilla rozaba su piel ardiente.
—Sabes que te quiero.
—Lo sé —musitó él mientras me sujetaba al instante por la cintura—. Y tú sabes cuánto me gustaría que eso fuera suficiente.
—Sí.
—Siempre estaré esperándote entre bastidores, Bella —me prometió mientras alegraba el tono de voz y aflojaba su abrazo. Me alejé con una sorda y profunda sensación de pérdida, tuve la desgarradora certeza de que dejaba atrás una parte de mí, que se quedaba ahí, en la cama, a su lado—. Siempre vas a tener un recambio si algún día lo quieres.
Hice un esfuerzo por sonreír.
—Hasta que mi corazón deje de latir.
Me devolvió la sonrisa.
—Bueno, quizá luego pueda aceptarte... Quizá... Supongo que eso depende de lo mal que huelas.
—¿Regreso a verte o prefieres que no lo haga?
—Lo consideraré y te responderé —contestó—. Quizá necesite compañía para no perder la chaveta. El excepcional cirujano vampiro me dice que no debo cambiar de fase hasta que me dé el alta... De lo contrario podría alterar la forma en que me ha fijado los huesos.
Jacob hizo una mueca.
—Pórtate bien y haz lo que te ordene Carlisle. Te recuperarás más deprisa.
—Vale, vale.
—Me pregunto cuándo sucederá —mencioné—, cuándo te fijarás en la chica adecuada.
—No te hagas ilusiones, Bella —de pronto, la voz de Jacob se tornó acida—. Aunque estoy seguro de que sería un alivio para ti.
—Tal vez sí, tal vez no. Lo más probable es que no la considere lo bastante buena para ti. Me pregunto si me pondré muy celosa.
—Esa parte podría ser divertida —admitió. .
—Hazme saber si quieres que vuelva y aquí estaré —le prometí.
Volvió su mejilla hacia mí con un suspiro. Me incliné y le besé suavemente en el rostro.
—Te quiero, Jacob.
El rió despreocupado.
—Y yo más.
Me observó salir de su habitación con una expresión inescrutable en sus ojos negros.

Espejo
Abrí unos ojos como platos a causa de la sorpresa, pero logré desviarlos para no examinar de cerca el objeto ovalado envuelto en zarcillos de cabellos revueltos.
Edward se puso en acción otra vez. Desmembró el cadáver decapitado con rapidez y fría eficacia.
No pude acercarme a él... Los pies no me respondían, parecía que los tenía atornillados a la roca de debajo, pero escudriñé todos y cada uno de sus movimientos en busca de alguna posible herida. El pulso se redujo a un ritmo normal una vez que me aseguré de que no estaba herido. Se movía con la agilidad de costumbre. Ni siquiera vi un rasguño en sus ropas.
No dirigió la mirada hacia la pared del acantilado, donde todavía permanecía petrificada de espanto mientras apilaba los miembros aún temblorosos y palpitantes; luego, los cubrió con pinaza. Sus ojos rehusaron encontrarse con los míos, atónitos, cuando se lanzó como una flecha en pos de Seth.
No había dispuesto de tiempo para recobrarme cuando los dos estuvieron de vuelta. Edward regresó con los brazos llenos con restos de Riley mientras Seth llevaba en la boca un gran trozo —el torso—. Volcaron su carga en el montón. Edward extrajo un objeto rectangular del bolsillo. Abrió el encendedor plateado de butano y aplicó la llama a la yesca seca. Prendió de inmediato y enseguida grandes lenguas de fuego anaranjadas se extendieron por la pira.
Edward llevó a Seth a un aparte y en un murmullo le pidió:
—Reúne hasta el último trozo.
El vampiro y el hombre lobo peinaron todo el campamento. De vez en cuando lanzaban trocitos de roca blanca a las llamas. Seth manejaba los trozos con los dientes. La mente no me funcionaba muy allá y era incapaz de comprender por qué no se transformaba en hombre para usar las manos.
El vampiro no apartó los ojos de su tarea.
Después de que terminaran, el fuego furioso envió al cielo una asfixiante fumarada púrpura. La densa columna de humo se enroscó despacio, aparentando una mayor consistencia. Al arder, olía como el incienso, pero luego dejaba un aroma desagradable, ya que era espeso y demasiado fuerte.
Seth volvió a proferir desde el fondo del pecho aquel sonido guasón.
Una sonrisa recorrió el tenso rostro de Edward, que estiró el brazo y cerró la mano en un puño. Seth sonrió, exhibiendo una larga hilera de dientes como cuchillas, y tocó el puño de Edward con el hocico.
—Ha sido un espléndido trabajo de equipo —murmuró Edward.
Seth soltó una risotada.
Luego, Edward respiró hondo y se volvió con lentitud para hacerme frente.
Yo no comprendía su expresión. Actuaba con la misma cautela que si yo fuera otro enemigo, más que cautela, en sus ojos leía el miedo. Él no había mostrado miedo alguno cuando se había enfrentado a Victoria y a Riley... Tenía la mente tan embotada e inútil como mi cuerpo. Le miré desconcertada.
—Bella, cariño —dijo con su voz más suave mientras caminaba hacia mí exageradamente despacio. Llevaba las manos en alto y las palmas hacia delante. Atontada como me encontraba, me recordaba a la aproximación de un sospechoso a un policía para demostrarle que no iba armado—. Bella, ¿puedes soltar la piedra, por favor? Con cuidado. No vayas a hacerte daño.
Me había olvidado por completo del arma tan tosca que empuñaba. Entonces me percaté de que el dolor de los nudillos obedecía a la fuerza con que la aferraba. ¿Me los habría vuelto a romper? Esta vez, Carlisle me iba a enyesar la mano para asegurarse de que le obedecía.
Edward se quedó a medio metro de mí, con las manos en el aire y los ojos llenos de miedo.
Necesité de muy pocos segundos para acordarme de mover los dedos. Luego, solté la piedra, que hizo ruido al caer al suelo, y mantuve la mano inmóvil en esa misma posición.
El se relajó un poco cuando me vio con las palmas vacías, pero no se acercó más.
—No te asustes, Bella —murmuró—. Estás a salvo, no voy a hacerte daño.
La desconcertante promesa sólo consiguió confundirme aún más. Le miré con fijeza, como si fuera tonta, intentando comprenderle.
—Todo va a ir bien, Bella. Sé que tienes miedo, pero la lucha ha terminado. Nadie va a hacerte daño. No voy a tocarte. No voy a lastimarte —repitió.
Parpadeé con rabia y recuperé mi voz.
—¿Por qué repites eso como un loro? —di un paso hacia él, que retrocedió ante mi avance—. ¿Qué pasa? —pregunté en voz baja—. ¿A qué te refieres?
—Tú no... —sus ojos dorados reflejaron una confusión similar a la mía—. ¿No me tienes miedo?
—¿A ti? ¿Por qué...?
Me tambaleé al dar otro paso y tropecé, lo más probable era que con mis propios pies, pero Edward me tomó en brazos. Hundí el rostro en su pecho y comencé a sollozar.
—Bella, Bella, cuánto lo lamento. Ha terminado, ha terminado.
—Estoy bien —respondí entre jadeos—. Me encuentro perfectamente, pero estoy alucinada. Dame un minuto.
Me sujetó con más fuerza.
—Cuánto lo siento —repetía una y otra vez.
Me aferré a él hasta que fui capaz de respirar y luego le besé en el pecho, los hombros y el cuello, en cualquier parte de su anatomía a la que era capaz de llegar. Poco a poco, comencé a razonar de nuevo.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté entre uno y otro beso—. ¿Te hirió Victoria?
—Estoy muy bien —me prometió mientras enterraba el rostro entre mis cabellos.
—¿Y Seth?
Edward rió entre dientes.
—Está más que bien, de hecho, está muy orgulloso de sí mismo.
—¿Y los demás? ¿Y Alice? ¿Y Esme? ¿Y los lobos?
—Todos están sanos y salvos. El asunto también ha terminado para ellos. Todo ha ido como la seda, tal y como te prometí. La peor parte la hemos soportado nosotros.
Me concedí un instante para asimilarlo, asumirlo y dejarlo asentado de forma definitiva. Mi familia y mis amigos estaban a salvo. Victoria jamás volvería a intentar darme caza.
Se había acabado.
Todos íbamos a estar bien, pero seguía tan confusa que no era capaz de aceptar las buenas noticias.
—Dime por qué pensabas que te iba a tener miedo —insistí.
—Lo siento —repitió, disculpándose una vez más. ¿A santo de qué pedía perdón? No tenía ni idea—. Lo lamento. No quería que fueras testigo de aquello ni que me vieras a mí de esa guisa. Seguro que te he asustado.
Dediqué un minuto a darle vueltas a todo aquello, a la vacilación con que se había acercado, las manos suspendidas en el aire, como si yo estuviera a punto de echar a correr si él se movía demasiado deprisa...
—¿Lo dices en serio? —pregunté al fin—. Tú... ¿qué? ¿Te crees que me has asustado? —bufé. El bufido fue estupendo. Una voz no tiembla ni se quiebra cuando bufas. Sonó con una admirable brusquedad.
Tomó mi mentón entre los dedos y ladeó mi rostro para poderlo examinar a gusto.
—Bella... yo... acabo... —vaciló, pero luego hizo un esfuerzo para que le salieran las palabras— acabo de decapitar y desmembrar a una criatura a menos de veinte metros de ti. ¿Acaso no te ha «inquietado»?
Me puso mala cara.
Yo me encogí de hombros. El encogimiento de hombros también era algo estupendo. Muy... displicente.
—Lo cierto es que no. Sólo temía que Seth o tú resultarais heridos. Quería echar una mano, pero no había mucho que yo pudiera hacer...
Mi voz se apagó al ver sus facciones lívidas de repente.
—Sí —dijo con tono cortado—, el truquito de la piedra... ¿Sabes lo cerca que estuve de sufrir un patatús? No era precisamente una forma de facilitar las cosas.
Su mirada fulminante me dificultaba la respuesta.
—Quería ayudar, y Seth estaba herido...
—No lo estaba, Seth sólo fingía, Bella. Era una treta, y entonces tú... —sacudió la cabeza, incapaz de terminar la frase—. Seth no veía lo que hacías, por lo que tuve que tomar cartas en el asunto. Ahora está un poco contrariado por no poder reclamar una victoria en solitario.
—Seth... ¿fingía? —Edward asintió con severidad—. Vaya.
Ambos mirábamos a Seth, que nos ignoraba y contemplaba las llamas con una actitud de estudiada indiferencia. Rebosaba arrogancia en cada pelo de la pelambrera.
—¡Y yo qué sabía! —repuse, ahora a la defensiva—. No es fácil ser la única persona indefensa de por aquí. ¡Espera a que sea vampiro y verás! La próxima vez no me voy a quedar sentada para mirar desde la banda.
Una docena de sentimientos enfrentados revolotearon en su rostro antes de que mi ocurrencia le hiciera gracia.
—¿La próxima vez? ¿Prevés que va a haber otra guerra pronto?
—¿Con la suerte que yo tengo? ¿Quién sabe?
Puso los ojos en blanco, pero advertí que estaba un poco ido. Los dos nos sentíamos mareados de puro alivio. Aquello había acabado.
¿O no?
—Espera, ¿no dijiste algo antes? —me estremecí al recordar exactamente lo que había sucedido «antes». ¿Qué iba a contarle ahora a Jacob? Un dolor punzante traspasaba mi corazón, dividido con cada latido. Resultaba difícil de creer, casi imposible, pero todavía no había dejado atrás la parte más dura de ese día—. ¿A qué te referías cuando hablaste de «una pequeña complicación»? Y Alice, que había de concretar el esquema para Sam... Dijiste que le iba a andar cerca. ¿El qué?
Los ojos de Edward volaron al encuentro de los de Seth. Los dos intercambiaron una mirada cargada de significado.
—¿Y bien? —exigí saber.
—No es nada, de veras —se apresuró a decir—, pero tenemos que ponernos en marcha...
Hizo ademán de ponerme sobre sus espaldas, pero me envaré y retrocedí.
—Define «nada».
Edward tomó mi rostro entre las manos.
—Sólo tenemos un minuto, así que no te asustes, ¿vale? Insisto, no hay razón para tener miedo. Confía en mí esta vez, por favor.
Asentí en un intento de ocultar el terror que me había entrado de pronto. ¿Cuánto más era capaz de soportar antes de desmoronarme?
—No hay razón para el miedo, lo pillo.
Frunció los labios durante unos instantes mientras decidía qué contestar y luego lanzó una repentina mirada a Seth, como si éste le hubiera llamado.
—¿Y qué hace ella? —inquirió.
El lobo profirió un aullido lleno de ansiedad y preocupación que me erizó el vello de la nuca. Reinó un silencio sepulcral durante un segundo interminable. Luego, Edward dio un grito ahogado:
—¡No...!
Una de sus manos salió volando en pos de algo invisible.
—¡No!
Un espasmo sacudió el cuerpo de Seth, que lanzó un desgarrador aullido de agonía con toda la potencia de los pulmones. Edward se arrodilló al momento y aferró la cabeza del animal con ambas manos. El dolor le crispaba el gesto.
Chillé una vez, desconcertada por el pánico, y me dejé caer de rodillas junto a ellos. Como una tonta, intenté retirarle las manos de la cabeza del animal. Mis manos sudorosas resbalaron sobre su piel marmórea.
—¡Edward, Edward!
Hizo un esfuerzo manifiesto para mirarme y dejar de apretar los dientes.
—Está bien. Vamos a estar perfectamente... —se calló y se estremeció una vez más.
—¿Qué ocurre? —chillé mientras Seth aullaba de angustia.
—Estamos bien. Vamos a estar perfectamente... —repitió jadeando—. Sam le... ayudó...
Comprendí que no hablaba de sí mismo ni de Seth en cuanto mencionó el nombre de Sam. Ninguna fuerza invisible los atacaba. Esta vez, la crisis no estaba allí.
Estaba usando el plural propio de la manada.
Había agotado toda mi adrenalina. No me quedaba ni una gota. Se me doblaron las piernas y no me caí porque Edward saltó para sostenerme en sus brazos antes de que me golpeara contra las piedras.
—¡Seth! —bramó Edward.
El lobo estaba agazapado, tenso por el dolor, y parecía a punto de echar a correr al bosque.
—¡No! Ve directamente a casa ahora mismo —le ordenó—. ¡Lo más deprisa posible!
Seth gimoteó y sacudió su cabezota de un lado para otro.
—Confía en mí, Seth.
El enorme lobo contempló los torturados ojos de Edward durante un momento interminable antes de enderezarse y echar a correr entre los árboles del bosque, donde desapareció como un fantasma.
Edward me acunó con fuerza contra su pecho y luego avanzó como un bólido por la espesura en sombras, siguiendo un camino diferente al del lobo.
—¿Qué ha ocurrido, Edward? ¿Qué le ha pasado a Sam? —me esforcé para que las palabras pasaran por mi garganta inflamada—. ¿Adonde vamos? ¿Qué es lo que ocurre?
—Debemos volver al claro —me dijo en voz baja—. Sabíamos que existía la posibilidad de que esto ocurriera. Alice lo vio a primera hora de la mañana y se lo dijo a Sam para que se lo transmitiera a Seth. Los Vulturis han decidido que ha llegado la hora de intervenir.
Los Vulturis.
Eso era demasiado. Mi mente se negó a encontrarle sentido a las palabras y fingió no comprenderlas.
Pasamos dando tumbos junto a los árboles. Corríamos cuesta abajo tan deprisa que me daba la impresión de caer en picado, fuera de control.
—No te asustes. No vienen a por nosotros. Se trata sólo del contingente habitual de la guardia que se encarga de limpiar esta clase de líos, o sea, no es nada de capital importancia. Simplemente están haciendo su trabajo. Parecen haber medido de manera muy oportuna el momento de su llegada, por supuesto, lo cual me lleva a creer que nadie en Italia habría lamentado que los neófitos hubieran reducido las dimensiones del clan Cullen —habló entre dientes con voz triste y dura—. Sabré qué piensan a ciencia cierta en cuanto lleguen al claro.
—¿Ésa es la razón por la que regresamos? —susurré.
¿Sería yo capaz de manejar aquella situación? Imágenes de criaturas con ropajes negros se arrastraron a mi mente, poco proclive a aceptarlas, y logré echarlas, pero estaba al límite de mis fuerzas.
—Forma parte del motivo, pero sobre todo, es porque va a ser más seguro presentar un frente unido. No tienen ninguna razón para hostigarnos, pero Jane está con ellos, y podría tener tentaciones si sospecha que estamos solos en algún lugar alejado del resto. Lo más probable es que ella suponga que estoy contigo. Demetri la acompaña, por supuesto, y él es capaz de localizarme si ella se lo pide.
No quería pensar en ese nombre. No deseaba ver en mi mente aquel rostro infantil de cegadora belleza. Un extraño sonido de ahogo se escapó de mi garganta.
—Calla, Bella, calla. Todo va a salir bien. Alice lo ha visto.
Si Alice lo había visto, ¿dónde estaban los lobos? ¿Dónde se encontraba la manada?
—¿Y qué ocurre con el grupo de Sam?
—Han tenido que huir a toda prisa. Los Vulturis no respetan los tratos con los licántropos.
Oí cómo se aceleraba mi respiración. No podía controlarla y empecé a jadear.
—Te juro que van a estar bien —me prometió Edward—. Los Vulturis no van a reconocer el olor ni van a percatarse de la intervención de los lobos. No se hallan muy familiarizados con la especie. La manada estará a salvo.
Fui incapaz de asimilar esa explicación. Mis temores habían hecho jirones mi capacidad de concentración. «Vamos a estar perfectamente», había dicho hacía un momento, pero Seth había aullado de dolor. Edward había evitado mi primera pregunta, había distraído mi atención hablando de los Vulturis...
Estaba cerca, muy cerca, rozaba la verdad con la yema de los dedos.
Cuando pasábamos cerca de ellos a la carrera, los árboles eran un borrón y fluían a nuestro alrededor como agua de color jade.
—¿Qué ocurría antes, cuando Seth se puso a aullar? —insistí. Edward vaciló—. ¡Dímelo, Edward!
—Todo ha terminado —respondió tan bajito que apenas pude oírle por encima del viento generado por su velocidad—. Los lobos no se conformaron con su parte. Pensaron que los tenían a todos y, por supuesto, Alice no pudo verlo.
—¿Qué ha pasado?
—Leah localizó a un neófito escondido y fue lo bastante estúpida y presuntuosa como para querer demostrar algo..., y se enzarzó en una lucha en solitario...
—Leah —repetí; estaba demasiado débil para avergonzarme de la sensación de alivio que me inundó—. ¿Va a recuperarse?
—Leah no ha resultado herida —farfulló él.
Me quedé mirándole durante un segundo. «Sam le ayudó», había dicho Edward, que en ese instante se había quedado con la vista fija en el cielo. Seguí la dirección de su mirada. Una nube púrpura se enganchaba a las ramas de los árboles. La visión me extrañó, pues era un día desacostumbradamente soleado. No, no era una nube. Identifiqué la textura de la densa columna de humo por su similitud a la de nuestro campamento.
—Edward, alguien está herido, ¿verdad? —pregunté con voz casi inaudible.
—Sí —susurró.
—¿Quién? —pregunté, y lo hice a pesar de conocer la respuesta, por supuesto que sí.
Claro que la sabía. Por descontado.
Los árboles empezaron a pasar más despacio a nuestro alrededor a medida que llegábamos a nuestro destino.
Él necesitó de un buen rato antes de contestarme.
—Jacob —dijo.
Fui capaz de asentir una vez.
—Por supuesto —susurré.
Solté el borde de la consciencia al que me había aferrado con uñas y dientes hasta ese momento.
Todo se volvió negro.
El contacto de dos manos heladas en mi piel fue lo primero de lo que volví a ser consciente. Eran más de dos manos. Unos brazos me sostenían, alguien curvó la palma de la mano para acomodarla a mi mejilla, unos dedos acariciaban mi frente mientras que otros presionaban suavemente a la altura de la muñeca. Luego, tomé conciencia de las voces, al principio, era un simple zumbido, pero fueron creciendo en volumen y claridad como si alguien hubiera subido el botón de la radio.
—Lleva así cinco minutos, Carlisle.
La voz de Edward sonaba ansiosa.
—Recobrará el sentido cuando esté preparada, Edward —respondio el interpelado con la calma y aplomo habituales—. Hoy ha tenido que pasar las de Caín. Dejemos que la mente se proteja.
Pero no tenía el pensamiento a salvo del dolor, sino atrapado por éste, ya que formaba parte de la negrura de la inconsciencia.
Me sentía desconectada del cuerpo, como si estuviera confinada en un rincón de mi propia mente, pero sin estar ya al frente de los mandos, y no podía hacer nada al respecto, ni pensar. El tormento era demasiado fuerte para eso. No había escapatoria posble.
Jacob.
Jacob.
Jacob.
No, no, no, no...
—¿Cuánto tiempo tenemos, Alice? —inquirió Edgard con voz aún tensa, evidenciando el escaso efecto de las palabras tranquilizadoras de Carlisle.
—Otros cinco minutos —la voz chispeante y alegre de Alice sonó aún más distante—. Bella abrirá los jos dentro de treinta y siete segundos. No tengo duda alguna de que ya nos escucha.
—Bella, cielo, ¿me oyes? —ésa era la dulce y reconfortante voz de Esme—. Ya estás a salvo, cariño.
Sí, yo estaba a salvo. Pero ¿acaso eso importaba de verdad?
Noté en ese momento unos fríos labios en el oído y Edward pronunció las palabras que me permitieron escapar del padecimiento que me encerraba en mi propia mente.
—Vivirá, Bella. Jacob Black se está recuperando mientras hablo. Se va a poner bien.
Hallé el camino para volver a mi cuerpo en cuanto cesaron el dolor y el pánico. Pestañeé.
—Bella.
Edward suspiró de alivio y tocó mis labios con los suyos.
—Edward —susurré.
—Sí, estoy aquí.
Hice un esfuerzo por abrir los párpados y contemplar sus pupilas doradas.
—¿Está bien Jacob?
—Sí —me prometió.
Estudié sus ojos con detenimiento en busca de algún indicio de que sólo pretendiera aplacarme, pero eran de una transparencia absoluta.
—Le examiné yo mismo —intervino entonces Carlisle. Me volví para ver su rostro a escasa distancia. La expresión de Carlisle era seria y tranquilizadora a un tiempo. Era imposible dudar de él—. Su vida no corre peligro. Sana a una velocidad increíble, aunque sus heridas eran lo bastante graves como para que hubiera necesitado varios días para volver a la normalidad, aun cuando se mantuviera constante el ritmo de sanación. Haré cuanto esté en mi mano por ayudarle en cuanto hayamos terminado aquí. Sam intenta hacerle volver a su forma humana para que resulte más fácil tratarle —Carlisle esbozó una leve sonrisa—. Nunca he ido a una facultad de Veterinaria.
—¿Qué le ha ocurrido? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Qué gravedad revisten las heridas de Jake?
El rostro de Carlisle volvió a ser serio.
—Había otro lobo en apuros...
—Leah —musité.
—Sí. La apartó del camino del neófito, pero no tuvo tiempo de defenderse y el converso le astilló la mitad de los huesos del cuerpo.
Me estremecí.
—Sam y Paul acudieron a tiempo. Ya estaba mucho mejor cuando le llevaban de regreso a La Push.
—Pero ¿se va a recuperar del todo?
—Sí, Bella. No sufrirá daños permanentes.
Respiré hondo.
—Tres minutos —dijo Alice en voz baja.
Forcejeé para ponerme en pie. Edward comprendió mi intención y me ayudó a incorporarme.
Contemplé la escena que se ofrecía delante de mí.
Los Cullen permanecían en un holgado semicírculo alrededor de una hoguera donde, aunque se veían pocas llamas, la humareda púrpura era densa, casi negra, y flotaba encima de la reluciente hierba como si fuera una enfermedad. El más cercano a aquella neblina de apariencia casi sólida era Jasper, por lo que su piel relucía al sol con menor intensidad que la del resto. Estaba de espaldas a mí, con los hombros tensos y los brazos ligeramente extendidos. Cerca de él había algo sobre lo que se agachaba con suma precaución.
Estaba demasiado aturdida como para sentir algo más que una leve sorpresa al comprender de qué se trataba.
En el claro había ocho vampiros.
La chica apretaba contra el cuerpo las piernas, enlazadas por los brazos, hasta aovillarse en una bola junto a las llamas. Era muy joven, más que yo. Tendría unos quince años, pelo oscuro y complexión menuda. No me quitaba la vista de encima. El iris de sus ojos era de un rojo sorprendente por lo intenso, mucho más que el de Riley, casi refulgía. Esos ojos daban vueltas, fuera de control.
Edward vio mi expresión de aturdimiento.
—Se rindió —me explicó en voz baja—. Nunca antes había visto algo parecido. Sólo a Carlisle se le ocurriría aceptar la oferta. Jasper no lo aprueba.
No fui capaz de separar la vista de la escena que se desarrollaba junto al fuego. Jasper se frotaba el antebrazo izquierdo con aire ausente.
—¿Le pasa algo a Jasper? —susurré.
—Está bien, pero le escuece el veneno.
—¿Le han mordido? —pregunté, horrorizada.
—Pretendía estar en todas partes al mismo tiempo, sobre todo para asegurarse de que Alice no tenía nada que hacer —Edward meneó la cabeza—. Ella no necesita la ayuda de nadie.
Alice dedicó un mohín a su amado.
—Tontorrón sobreprotector.
De pronto, la chica joven echó hacia atrás la cabeza, y aulló con estridencia.
Jasper le gruñó y ella retrocedió, pero hundió los dedos en el suelo como si fueran garras y giró la cabeza a derecha e izquierda con angustia. Jasper dio un paso hacia ella, que se acuclilló más. Edward se movió con exagerada tranquilidad mientras giraba nuestros cuerpos de tal modo que él quedaba situado entre ella y yo. Me asomé por encima de su hombro para ver a la apaleada chica y a Jasper.
Carlisle apareció enseguida junto a Jasper y le puso una mano en el hombro.
—¿Has cambiado de idea, jovencita? —le preguntó Carlisle con su flema habitual—. No tenemos especial interés en acabar contigo, pero lo haremos si no eres capaz de controlarte.
—¿Cómo podéis soportarlo? —gimió la chica con voz alta y clara—. La quiero.
Concentró el encendido iris rojo en Edward, a quien traspasó con la mirada para llegar hasta mí. Volvió a hundir las uñas en el duro suelo.
—Has de refrenarte —insistió Carlisle con gravedad—. Debes ejercitar tu autocontrol. Es posible y es lo único que puede salvarte ahora.
La muchacha se aferró la cabeza con las manos, encostradas de suciedad, y se puso a gemir.
Sacudí el hombro de Edward para atraer su atención y pregunté:
—¿No deberíamos alejarnos de ella?
Al oír mi voz, la muchacha retiró los labios por encima de los dientes y adoptó una expresión atormentada.
—Tenemos que permanecer aquí —murmuró Edward—. Ellos están a punto de entrar en el claro por el lado norte.
Mi corazón se desbocó mientras examinaba la linde del claro, sin que viera otra cosa que la densa cortina de humo. Mis pupilas regresaron a la neófita después de unos segundos de búsqueda infructuosa; seguía mirándome con ojos enloquecidos.
Le sostuve la mirada durante un largo momento. Los cabellos negros cortados a la altura de la barbilla le realzaban el rostro de alabastro blanco. Era difícil definir como hermosas sus facciones, crispadas y deformadas por la rabia y la sed. Los salvajes ojos rojos eran dominantes, hasta el punto de que resultaba imposible apartar de ellos la mirada. Me contempló con despiadada obsesión. Se estremecía y se retorcía cada pocos segundos.
Me quedé observando a la muchacha, boquiabierta, preguntándome si no estaría contemplando mi futuro en un espejo.
Entonces, Carlisle y Jasper comenzaron a retroceder hacia nuestra posición. Emmett, Rosalie y Esme convergieron a toda prisa hacia la posición que ocupábamos Edward, Alice y yo para presentar un frente unido, como había dicho Edward, conmigo en el centro, la posición más segura.
Dividí mi atención entre la neófita salvaje y la búsqueda de los monstruos, cuya llegada era inminente.
Aún no había nada que ver. Lancé una mirada a Edward, cuyos ojos se clavaban en el horizonte sin pestañear. Intenté seguir la dirección de sus pupilas, pero no hallé más que el denso humo de olor aceitoso que culebreaba sin prisa a poca altura, alzándose con pereza para ondular encima de la hierba.
La humareda se extendió por la parte delantera y se oscureció en el centro. Entonces, una voz apagada surgió del interior de la misma.
—Aja.
Reconocí esa nota de apatía de inmediato.
—Bienvenida, Jane —saludó Edward con un tono distante pero cortés.
Las siluetas oscuras se acercaron. Los contornos se hicieron más nítidos al salir del humazo. Sabía que Jane iba al frente gracias a la capa oscura, casi negra, y a que era la figura de menor talla por casi sesenta centímetros, aunque apenas podía distinguir sus rasgos angelicales bajo la sombra de la capucha.
También me resultaban familiares las cuatro enormes figuras envueltas en atavíos grises que marchaban detrás de ella. Estaba segura de conocer a la que avanzaba en primer lugar. Félix alzó los ojos mientras yo intentaba confirmar mi sospecha. Echó hacia atrás la capucha levemente para que pudiera ver cómo me sonreía y me guiñaba el ojo. Edward, inmóvil por completo, me mantenía a su lado y agarraba mi mano con fuerza.
La mirada de Jane recorrió poco a poco los luminosos rostros de los Cullen antes de caer sobre la neófita, que seguía junto al fuego con la cabeza entre las manos.
—No lo comprendo —la voz de Jane aún sonaba aburrida, pero no parecía tan desinteresada como antes.
—Se ha rendido —le explicó Edward para deshacer la posible confusión de la vampiro, cuyos ojos volaron con rapidez a las facciones de Edward.
—¿Rendido?
Félix y otra de las sombras intercambiaron una fugaz mirada. Edward se encogió de hombros.
—Carlisle le dio esa opción.
—No hay opciones para quienes quebrantan las reglas —zanjó ella, tajante.
Carlisle habló entonces con voz suave.
—Está en vuestras manos. No vi necesario aniquilarla en tanto en cuanto se mostró voluntariamente dispuesta a dejar de atacarnos. Nadie le ha enseñado las reglas.
—Eso es irrelevante —insistió Jane.
—Como desees.
Jane clavó sus ojos en Carlisle con consternación. Sacudió la cabeza de forma imperceptible y luego recompuso las facciones.
—Aro deseaba que llegáramos tan al oeste para verte, Carlisle. Te envía saludos.
El aludido asintió.
—Os agradecería que le transmitierais a él los míos.
—Por supuesto —Jane sonrió. Su rostro era aún más adorable cuando se animaba. Volvió la vista atrás, hacia el humo—. Parece que hoy habéis hecho nuestro trabajo... —su mirada pasó a la cautiva—. Bueno, casi todo. Sólo por curiosidad profesional, ¿cuántos eran? Ocasionaron una buena oleada de destrucción en Seattle.
—Dieciocho, contándola a ella —contestó Carlisle.
Jane abrió unos ojos como platos y contempló las llamas una vez más; parecía evaluar el tamaño de la hoguera. Félix y la otra sombra intercambiaron una mirada más prolongada.
—¿Dieciocho? —repitió. La voz sonó insegura por vez primera.
—Todos recién salidos del horno —explicó Carlisle con desdén—. Ninguno estaba cualificado.
—¿Ninguno? —la voz de Jane se endureció—. Entonces, ¿quién los creó?
—Se llamaba Victoria —respondió Edward, sin rastro de emoción en la voz.
—¿Se llamaba?
Edward ladeó la cabeza hacia la zona este del bosque. La mirada de Jane se concentró enseguida en la lejanía, quizás en la otra columna de humo, pero no aparté la vista para verificarlo.
Jane se quedó observando ese lugar durante un buen rato y luego examinó la hoguera cercana una vez más.
—La tal Victoria... ¿Se cuenta aparte de estos dieciocho?
—Sí. Iba en compañía de otro vampiro, que no era tan joven como éstos, pero no tendría más de un año.
—Veinte —musitó Jane—. ¿Quién acabó con la creadora?
—Yo —contestó Edward.
Jane entrecerró los ojos y se volvió hacia la neófita próxima a las llamas.
—Eh, tú —ordenó con voz más severa que antes—, ¿cómo te llamas?
La joven le lanzó una mirada torva a Jane al tiempo que fruncía con fuerza los labios.
Jane le devolvió una sonrisa angelical.
La neófita reaccionó con un aullido ensordecedor. Su cuerpo se arqueó con rigidez hasta quedar en una postura antinatural y forzada. Desvié la mirada y sentí la urgencia de taparme las orejas.
Apreté los dientes con la esperanza de contener las náuseas. El chillido se intensificó. Intenté concentrarme en el rostro de Edward, tranquilo e indiferente, pero eso me hizo recordar que él mismo había sido sometido a la mirada atormentadora de Jane, y me puse fatal. Miré a Alice, y a Esme, que estaba a su lado, pero tenían un rostro tan carente de expresión como el de Edward.
Al final, ella se calló.
—¿Cómo te llamas? —exigió Jane. Su voz no tenía la menor entonación.
—Bree —respondió ella entrecortadamente.
Jane esbozó una sonrisa y la chica volvió a gritar. Contuve el aliento hasta que cesó el grito de dolor.
—Ella va a contarte todo lo que quieras saber —le soltó Edward entre dientes—. No es necesario que hagas eso.
Jane alzó los ojos, chispeantes a pesar de que solían ser inexpresivos.
—Ya lo sé —le contestó a Edward, a quien sonrió antes de volverse hacia la joven neófita, Bree.
—¿Es cierto eso, Bree? —dijo Jane, otra vez con gran frialdad—. ¿Erais veinte?
La muchacha yacía jadeando con el rostro apoyado sobre el suelo. Se apresuró a responder.
—Diecinueve o veinte, quizá más, ¡no lo sé! —se encogió, aterrada de que su ignorancia le acarreara otra nueva sesión de tortura—. Sara y otra cuyo nombre no conozco se enzarzaron en una pelea durante el camino...
—Y esa tal Victoria... ¿Fue ella quien os creó?
—Y yo qué sé —se estremeció de nuevo—. Riley nunca nos dijo su nombre y esa noche no vi nada... Estaba oscuro y dolía —Bree tembló—. Él no quería que pensáramos en ella. Nos dijo que nuestros pensamientos no eran seguros...
Jane se volvió para mirar a Edward y luego concentró su interés en Bree.
Victoria lo había planeado bien. Si no hubiera seguido a Edward, no habría habido forma de saber con certeza que estaba involucrada...
—Habíame de Riley —continuó Jane—. ¿Por qué os trajo aquí?
—Nos dijo que debíamos destruir a los raros esos de ojos amarillos —parloteó Bree de buen grado—. Según él, iba a ser pan comido. Nos explicó que la ciudad era suya y que los de los ojos amarillos iban a venir a por nosotros. Toda la sangre sería para nosotros en cuanto desaparecieran. Nos dio su olor —Bree alzó una mano y hendió el aire con el dedo en mi dirección—. Dijo que identificaríamos al aquelarre en cuestión gracias a ella, que estaría con ellos. Prometió que ella sería para el primero que la tomara.
A mi lado sonó el chasquido de mandíbulas de Edward.
—Parece que Riley se equivocó en lo relativo a la facilidad —observó Jane.
Bree asintió. Parecía aliviada de que la conversación discurriera por derroteros indoloros.
—No sé qué ocurrió. Nos dividimos, pero los otros no volvieron. Riley nos abandonó, y no volvió para ayudarnos como había prometido. Luego, la pelea fue muy confusa y todos acabaron hechos pedazos —se volvió a estremecer—. Tenía miedo y quería salir pitando. Ese de ahí —continuó mientras miraba a Carlisle— dijo que no me haría daño si dejaba de luchar.
—Aja, pero no estaba en sus manos ofrecer tal cosa, jovencita —murmuró Jane con voz extrañamente gentil—. Quebrantar las reglas tiene consecuencias.
Bree la miró con fijeza sin comprender.
Jane contempló a Carlisle.
—¿Estáis seguros de haber acabado con todos? ¿Dónde están los otros?
El rostro de Carlisle denotaba una gran seguridad cuando asintió.
—También nosotros nos dividimos.
Jane esbozó una media sonrisa.
—No he de ocultar que estoy impresionada —las grandes sombras situadas a su espalda asintieron para demostrar que estaban de acuerdo con ella—. Jamás había visto a un aquelarre escapar sin bajas de un ataque de semejante magnitud. ¿Sabéis qué hay detrás del mismo? Parece un comportamiento muy extremo, máxime si consideramos el modo en que vivís aquí. ¿Por qué la muchacha es la clave?
Sin querer, sus ojos descansaron en mí durante unos segundos. Tuve un escalofrío.
—Victoria guardaba rencor a Bella —le explicó Edward, imperturbable.
Jane se carcajeó. El sonido era áureo, como la burbujeante risa de una niña feliz.
—Esto parece provocar las reacciones más fuertes y desmedidas de nuestra especie —apuntó mientras me miraba directamente con una sonrisa en su angelical rostro.
Edward se envaró. Le miré a tiempo de verle girar el rostro hacia Jane.
—¿Tendrías la bondad de no hacer eso? —le pidió con voz tensa.
Jane se echó a reír con indulgencia.
—Sólo era una prueba. Al parecer, no sufre daño alguno.
Tuve otro temblor y agradecí que mi organismo no hubiera corregido el fallo técnico que me había protegido de Jane la última vez que nos vimos. Edward me aferró con más fuerza.
—Bueno, parece que no nos queda mucho por hacer. ¡Qué raro! —dijo Jane mientras la apatía se filtraba otra vez en su voz—. No estamos acostumbrados a desplazarnos sin necesidad. Ha sido un fastidio perdernos la pelea. Da la impresión de que habría sido un espectáculo entretenido.
—Sí —saltó Edward con acritud—, y eso que estabais muy cerca. Es una verdadera lástima que no llegarais media hora antes. Quizás entonces podríais haber realizado vuestro trabajo al completo.
La firme mirada de Jane se encontró con la de Edward.
—Sí. Qué pena que las cosas hayan salido así, ¿verdad?
Edward asintió una vez para sí mismo, con sus sospechas confirmadas.
Jane se giró para contemplar a la neófita una vez más. Su rostro era de una apatía absoluta.
—¿Félix? —llamó arrastrando las palabras.
—Espera —intervino Edward.
Jane enarcó una ceja, pero Edward miraba a Carlisle mientras hablaba a toda prisa.
—Podemos explicarle las reglas a la joven. No parecía mal predispuesta a aprenderlas. No sabía lo que hacía.
—Por descontado —respondió Carlisle—. Estamos preparados para responsabilizarnos de Bree.
La vampiro se encontró dividida entre la incredulidad y la diversión.
—No hacemos excepciones ni damos segundas oportunidades —repuso—. Es malo para nuestra reputación, lo cual me recuerda... —de pronto, volvió a mirarme y su rostro de querubín se llenó de hoyuelos al sonreír—. Cayo estará muy interesado en saber que sigues siendo humana, Bella. Quizá decida hacerte una visita.
—Se ha fijado la fecha —le dijo Alice, hablando por vez primera—. Quizá vayamos a visitaros dentro de unos pocos meses.
La sonrisa de Jane se desvaneció y se encogió de hombros con indeferencia sin mirar a Alice. Se encaró con Carlisle:
—Ha estado bien conocerte, Carlisle... Siempre creí que Aro había exagerado. Bueno, hasta la próxima...
Carlisle asintió con expresión apenada.
—Encárgate de eso, Félix —ordenó Jane al tiempo que señalaba a Bree con la cabeza. Su voz sonaba cada vez más aburrida—. Quiero volver a casa.
—No mires —me susurró Edward al oído.
Era la única orden que tenía ganas de obedecer. Había visto más que de sobra para un solo día, y para toda una vida. Apreté los párpados con fuerza y giré el rostro hacia el pecho de Edward, pero...
...todavía oía.
Resonó un gruñido hondo y sordo y luego un aullido agudísimo que ya me empezaba a resultar horriblemente familiar. El grito se apagó enseguida, y luego sólo se oyeron los escalofriantes sonidos del aplastamiento y la desmembración.
Edward me acarició los hombros con ansiedad.
—Vamos —conminó Jane.
Alcé los ojos a tiempo de ver cómo las espaldas cubiertas por los grandes ropones grises se dirigían hacia los zarcillos de humo. El olor a incienso volvió a ser intenso...
...reciente.
Las sombrías vestiduras se desvanecieron en la espesa humareda.

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