sábado, 1 de agosto de 2009

Capítulo IV : Naturalezas

Naturalezas
Estaba siendo una semana horrible.
Yo sabía que no había cambiado nada sustancial. Vale, Victoria no se había rendido, pero ¿acaso había esperado yo alguna vez que fuera de otro modo? Su reaparición sólo había confirmado lo que ya sabía, No tenía motivo para asustarme como si fuera algo nuevo.
Eso en teoría. Porque no sentir pánico es algo más fácil de decir que de hacer.
Solo quedaban unas pocas semanas para la graduación, pero me preguntaba si no era un poco estúpido quedarme sentada, débil y apetecible, esperando el próximo desastre. Parecía demasiado peligroso continuar siendo humana, como si estuviera atrayendo conscientemente peligro. Una persona con mi suerte debía ser un poquito menos vulnerable.
Pero nadie me escucharía.
Carlisle había dicho:
—Somos siete, Bella, y con Alice de nuestro lado, dudo que Victoria nos pueda sorprender con la guardia baja. Pienso que es importante, por el bien de Charlie, que nos atengamos al plan original.
Ksme había apostillado:
—No dejaremos nunca que te pase nada malo, cielo. Ya lo sabes. Por favor, no te pongas nerviosa —y luego me había besado en la frente.
Emmett había continuado:
—Estoy muy contento de que Edward no te haya matado. Todo es mucho más divertido contigo por aquí.
Rosalie le había mirado con cara de pocos amigos.
Alice había puesto los ojos en blanco para luego agregar:
—Me siento ofendida. ¿Verdad que no estás preocupada por esto? ¿a que no?
—Si no era para tanto, entonces, ¿por qué me llevó Edward a Florida? —inquirí.
—Pero ¿no te has dado cuenta todavía, Bella, de que Edward es un poquito dado a reaccionar de forma exagerada?
Jasper, silenciosamente, había borrado todo el pánico y la tensión de mi cuerpo con su curiosa habilidad para controlar las atmósferas emocionales. Me sentí más tranquila y los dejé convencerme de lo innecesario de mi desesperada petición.
Pero claro, toda esa calma desapareció en el momento en que Edward y yo salimos de la habitación.
Así que el acuerdo consistía en que lo mejor que podía hacer era olvidarme de que un vampiro desquiciado quería cazarme para matarme. Y ocuparme de mis asuntos.
Y lo intenté. Y de modo sorprendente, había otras cosas casi tan estresantes en las que concentrarse como mi rango dentro de la lista de especies amenazadas...
Porque la respuesta de Edward había sido la más frustrante de todas.
—Eso es algo entre tú y Carlisle —había dicho—. Claro, que yo estaría encantado de que fuera algo entre tú y yo en cualquier momento que quisieras, pero ya conoces mi condición —y sonrió angelicalmente.
Agh. Claro que sabía en qué consistía su condición. Edward me había prometido que sería él mismo quien me convirtiera cuando yo quisiera... siempre que me casara con él primero.
Algunas veces me preguntaba si sólo simulaba la incapacidad de leerme la mente. ¿Cómo había llegado a encontrar la única condición que tendría problemas en aceptar? El requisito preciso que me obligaría a tomarme las cosas con más calma.
Habia sido una semana malísima en su conjunto, y aquel día, el peor de todos
Siempre eran días malos cuando se ausentaba Edward. Alice no habia visto nada fuera de lo habitual ese fin de semana, por lo que insistí en que aprovechara la oportunidad para irse con sus hermanos de cacería. Sabía cuánto le aburría cazar las presas cercanas, tan fáciles.
—Ve y diviértete —le insté—. Caza unos cuantos pumas por mí.
Jamas admitiría en su presencia lo mal que sobrellevaba la separación, ya que de nuevo volvían las pesadillas de la época del abandono. Si él lo hubiera sabido, le habría hecho sentirse fatal y le hubiera dado miedo dejarme, incluso aunque fuera por la más necesaria de las razones. Así había sido al principio, cuando regresamos de Italia. Sus ojos dorados se habían tornado negros y sufría por culpa de la sed más de lo normal. Por eso, ponía cara de valiente y hacía de todo, salvo sacarle a patadas de la casa, cada vez que Emmett y Jasper querían marcharse.
Sin embargo, a veces me daba la sensación de que veía dentro de mí. Al menos un poco. Esa mañana había encontrado una nota en mi almohada.
Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de echarme de menos. Cuida de mi corazón… lo he dejado contigo.
Así que ahora tenía todo un sábado entero sin nada que hacer salvo mi turno de la mañana en la tienda de ropa Newton's Olympie para distraerme. Y claro, esa promesa tan reconfortante de Alice.
—Cazaré cerca de aquí. Si me necesitas, estoy sólo a quince minutos. Estaré pendiente por si hay problemas.
Traducción: no intentes nada divertido sólo porque no esté Edward.
Ciertamente, Alice era tan capaz de fastidiarme el coche como Edward.
Intenté mirarlo por el lado positivo. Después del trabajo, había hecho planes con Angela para ayudarle con sus tarjetas de graduación, de modo que estaría distraída. Y Charlie estaba de un humor excelente debido a la ausencia de mi novio, así que convenía disfrutar de esto mientras durara. Alice pasaría la noche conmigo si yo me sentía tan patética como para pedírselo, y mañana Edward ya estaría de vuelta. Sobreviviría.
No quería llegar a trabajar ridiculamente temprano, y me tomé el desayuno masticando muy despacio cada cucharada de cereales Cheerio. Entonces, una vez que hube lavado los platos, coloqué los imanes del frigorífico en una línea perfecta. Quizás estuviera desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo.
Los últimos dos imanes, un par de utilitarias piezas redondas y negras, que eran mis favoritas porque podían sujetar diez hojas de papel en el frigorífico, no querían cooperar con mi fijación. Tenían polaridades inversas; cada vez que intentaba ponerlas en fila, al colocar la última, la otra saltaba fuera de su sitio.
Por algún motivo ‑una manía en ciernes, quizá‑, eso me sacaba de quicio. ¿Por qué no podían comportarse como es debido? De una forma tan estúpida como terca, continué alineándolas como si esperase una repentina rendición. Podría haber puesto una más arriba, pero sentía que eso equivalía a perder. Finalmente, más desesperada por mi comportamiento que por los imanes, los cogí del frigorífico y los sostuve juntos, uno en cada mano. Me costó un poco, ya que eran lo bastante fuertes como para presentar batalla, pero conseguí que coexistieran uno al lado del otro.
—Ya veis —esto de hablarle a los objetos inanimados no podía ser síntoma de nada bueno—. Tampoco es tan malo, ¿a que no?
Permanecí allí quieta durante un segundo, incapaz de admitir que no estaba teniendo ningún éxito a largo plazo contra los principios científicos. Entonces, con un suspiro, volví a colocar los imanes en el frigorífico, a un palmo de distancia.
—No hay necesidad de ser tan inflexible —murmuré.
Todavía era muy temprano, pero decidí que lo mejor sería salir de la casa antes de que los objetos inanimados comenzaran a contestarme.
Cuando llegué a Newtons Olympic, Mike pasaba la mopa de forma metódica por los pasillos mientras su madre acondicionaba un nuevo escaparate en el mostrador. Los pillé en mitad de una disputa, aunque no se dieron cuenta de mi llegada.
—Pero es el único momento en que Tyler puede ir —se quejaba Mike—. Dijiste que después de la graduación...
—Pues vais a tener que esperar —repuso la señora Newton con brusquedad—. Tyler y tú ya podéis empezar a pensar en otra cosa. No vas a ir a Seattle hasta que la policía solucione lo que esta pasando, sea lo que sea. Ya sé que Betty Crowley le ha dicho lo mismo aTyler, así que no me vengas con que yo soy la mala de la película. Oh, buenos días, Bella —me dijo cuando se dio cuenta de que había entrado, alegrando su tono rápidamente—. Has llegado temprano.
Karen Newton era la última persona que podrías imaginar trabajando en un establecimiento de prendas deportivas al aire libre. Llevaba su pelo rubio perfectamente mechado y recogido en un elegante moño bajo a la altura de la nuca, las uñas de las manos pintadas por un profesional, lo mismo que las de los pies, visibles a través de sus altos tacones de tiras que no se parecían en nada a lo que los Newton ofrecían en el largo estante de las botas de montaña.
—Apenas había tráfico —bromeé mientras cogía la horrible camiseta naranja fluorescente de debajo del mostrador. Me sorprendía que la señora Newton estuviera tan preocupada por lo de Seattle como Charlie. Pensé que era sólo él quien se lo había tomado a la tremenda.
—Esto... eh...
La señora Newton dudó por un momento, jugueteando incómoda con el paquete de folletos publicitarios que estaba colocando al lado de la caja registradora.
Ya tenía una mano sobre la camiseta pero me detuve. Conocía esa mirada.
Cuando les hice saber a los Newton que no trabajaría allí ese verano, dejándolos de este modo plantados en la estación con más trabajo, comenzaron a enseñar a Katie Marshall para que ocupara mi lugar. Realmente no podían permitirse mantener los sueldos de las dos a la vez, así que cuando se veía que iba a ser un día tranquilo...
—Te iba a llamar —continuó la señora Newton—. No creo que vayamos a tener hoy mucho trabajo. Creo que podremos apañarnos entre Mike y yo. Siento que te hayas tenido que levantar y conducir hasta aquí.
En un día normal, este giro de los acontecimientos me habría hecho entrar en éxtasis, pero hoy... no tanto.
—Vale —suspiré. Se me hundieron los hombros. ¿Qué iba a hacer ahora?
—Eso no está bien, mamá —repuso Mike—. Si Bella quiere trabajar...
—No, no pasa nada, señora Newton. De verdad, Mike. Tengo examenes finales para los que debo estudiar y otras cosas... —no quería ser una fuente de discordia familiar cuando ya les había sorprendido discutiendo.
—Gracias, Bella. Mike, te has saltado el pasillo cuatro. Esto, Bella ¿no te importaría tirar estos folletos en un contenedor cuando te vayas? Le dije a la chica que los dejó aquí que los pondría en el mostrador, pero la verdad es que no tengo espacio.
—Vale, sin problemas.
Guardé la camiseta y me puse los folletos debajo del brazo, para salir de nuevo al exterior, donde lloviznaba. EI contenedor estaba al otro lado de Newton's Olympic, cerca de donde se suponía que aparcábamos los empleados. Caminé sin dirección precisa hacia allá, enfurruñada, dándole patadas a las piedras. Estaba a punto de tirar el paquete de brillantes papeles amarillos a la basura cuando captó mi interés el título impreso en negrita en la parte superior. Fue una palabra en especial la que me IIamó la atención.
Cogí los papeles entre las dos manos mientras miraba la imagen bajo el título. Se me hizo un nudo en la garganta.
SALVEMOS AL LOBO DE LA PENÍNSULA OLYMPIC
bajo las palabra había un dibujo detallado de un lobo frente a un abeto, con la cabeza echada hacia atrás aullándole a la luna. Era una imagen desconcertante; algo en la postura quejosa del lobo le hacía parecer desamparado. Como si estuviera aullando de pena.
Y luego eché a correr hacia mi coche, con los folletos aún sucios con firmeza en la mano.
Quince minutos, eso era cuanto tenía, pero bastaría. Sólo había quince minutos hasta La Push y seguramente cruzaría la frontera unos cuantos minutos antes de llegar al pueblo.
El coche arrancó sin ninguna dificultad.
Alice no podría estar viéndome hacer esto porque no lo había planeado. Una decisión repentina, ¡ésa era la clave!, y podría sacarle provecho si conseguía moverme con suficiente rapidez.
Con la prisa, arrojé los papeles húmedos al asiento del pasajero, donde se desparramaron en un brillante desorden, cien títulos en negrita, cien lobos negros aullándole a la luna, recortados contra el fondo amarillo.
Iba a toda pastilla por la autopista mojada, con los limpiaparabrisas a tope y sin hacerle caso al rugido del viejo motor. Lo máximo que podía sacarle a mi coche eran unos noventa por hora y recé para que fuera suficiente.
No tenía idea de dónde estaba la frontera, pero empecé a sentirme más segura cuando pasé las primeras casas en las afueras de La Push. Seguro que esto era lo más lejos que se le permitía llegar a Alice.
La telefonearía cuando llegara a casa de Angela por la tarde, me dije para mis adentros, para hacerle saber que me encontraba bien. No había motivo para que se preocupara. No necesitaba enfadarse conmigo, porque Edward ya estaría suficientemente furioso por los dos a su regreso.
Mi coche iba ya resollando cuando chirriaron los frenos al parar frente a la familiar casa de color rojo desvaído. Se me volvió a hacer un nudo en la garganta al mirar aquel pequeño lugar que una vez había sido mi refugio. Había pasado tanto tiempo desde que había estado aquí.
Antes de que pudiera parar el motor, Jacob ya estaba en la puerta, con el rostro demudado por la sorpresa.
En el silencio repentino que se hizo después de que el rugido del motor se detuviera, oí su respiración entrecortada.
—¿Bella?
—¡Hola, Jake!
—¡Bella! —gritó en respuesta y la sonrisa que había estado esperando atravesó su rostro como el sol en un día nublado. Los dientes relampaguearon contra su piel cobriza—. ¡No me lo puedo creer!
corrió hacia el coche, me sacó casi en volandas a través de la puerta abierta, y nos pusimos a saltar como niños.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—¡Me he escapado!
—¡Impresionante!
—¡Hola, Bella! —Billy impulsó su silla hacia la entrada para ver a qué se debía toda aquella conmoción.
—¡Hola, Bill...!
Y en ese momento me quedé sin aire. Jacob me había sepultado en un abrazo gigante, tan fuerte, que no podía respirar y me daba vueltas en círculo.
—¡Guau, es estupendo tenerte aquí!
—No puedo... respirar —jadeé.
Él se rió y me puso en el suelo.
—Bienvenida de nuevo, Bella —me dijo con una sonrisa.
Y el modo en que lo dijo me sonó como «bienvenida a casa».
Empezamos a andar, demasiado nerviosos ante la perspectiva de quedarnos sentados dentro de la casa. Jacob iba prácticamente saltando mientras andaba y le tuve que recordar unas cuantas veces que yo no tenía piernas de tres metros.
Mientras caminábamos, sentí cómo me transformaba en otra versión de mí misma, la que era cuando estaba con Jacob. Algo más joven, y también algo más irresponsable. Alguien que haría, en alguna ocasión, algo realmente estúpido sin motivo aparente.
Nuestra euforia duró los primeros temas de conversación que abordamos: qué estábamos haciendo, qué queríamos hacer, cuánto tiempo tenía y qué me había traído hasta allí. Cuando le conté lo del folleto del lobo, de forma vacilante, su risa ruidosa hizo eco entre los árboles.
Pero entonces, cuando paseábamos detrás de la tienda y atravesamos los matorrales espesos que bordeaban el extremo más lejano de la playa Primera, llegamos a las partes más difíciles de la conversación. Desde muy pronto tuvimos que hablar de las razones de nuestra larga separación y observé cómo el rostro de mi amigo se endurecía hasta formar la máscara amarga que ya me resultaba tan familiar.
—Bueno, ¿y de qué va esto en realidad? —me preguntó Jacob, pateando un trozo de madera de deriva fuera de su camino con una fuerza excesiva. Saltó sobre la arena y luego se estampó contra las rocas—. O sea, que desde la última vez que... bueno, antes, ya sabes... —luchó para encontrar las palabras. Aspiró un buen trago de aire y lo intentó de nuevo—. Lo que quiero decir es que... ¿simplemente todo ha vuelto al mismo lugar que antes de que él se fuera? ¿Se lo has perdonado todo?
Yo también inspiré con fuerza.
—No había nada que disculpar.
Me habría gustado saltarme toda esta parte, las traiciones y las acusaciones, pero sabía que teníamos que hablar de todo esto antes de que fuéramos capaces de llegar a algún otro lado.
El rostro de Jacob se crispó como si acabara de chupar un limón.
—Desearía que Sam te hubiera tomado una foto cuando te encontramos aquella noche de septiembre. Sería la prueba A.
—No estamos juzgando a nadie.
—Pues quizá deberíamos hacerlo.
—Ni siquiera tú le culparías por marcharse, si conocieras sus motivos.
Me miró fijamente durante unos instantes.
—Está bien —me retó con amargura—. Sorpréndeme.
Su hostilidad me caía encima, quemándome en carne viva. Me dolía que estuviera enfadado conmigo. Me recordó aquella tarde gris y deprimente, hacía mucho ya, cuando, cumpliendo órdenes de Sam, me dijo que no podíamos seguir siendo amigos. Me llevó un momento recobrar la compostura.
—Edward me dejó el pasado otoño porque pensaba que yo no debía salir con vampiros. Pensó que sería mejor para mí si él se marchaba.
Jacob tardó en reaccionar. Luchó consigo mismo durante unos minutos. Lo que fuera que tenía planeado decir, claramente, había dejado de tener sentido. Me alegraba de que no supiera lo que había precipitado la decisión de Edward. Me podía imaginar qué habría pensado de haber sabido que Jasper intentó matarme.
—Pero volvió, ¿no? —susurró Jacob—. Parece que le cuesta atenerse a sus propias decisiones.
—Si recuerdas bien, fui yo la que corrió tras él y le trajo de vuelta.
Jacob me miró con fijeza durante un momento y después me dio la espalda. Relajó el rostro y su voz se había vuelto más tranquila cuando volvió a hablar.
—Eso es cierto, pero nunca supe la historia. ¿Qué fue lo que pasó?
Yo dudaba y me mordí el labio.
—¿Es un secreto? —su voz se tornó burlona— ¿No me lo puedes contar?
—No —contesté con brusquedad—. Además, es una historia realmente larga.
El sonrió con arrogancia, se giró y echó a caminar por la playa, esperando que le siguiera.
No tenía nada de gracioso estar con él si se iba a comportar de ese modo. Le seguí de manera automática, sin saber si no sería mejor dar media vuelta y dejarle. Aunque tendría que enfrentarme con Alice cuando regresara a casa... Así que pensándolo bien, en realidad no tenía tanta prisa.
Jacob llegó hasta un enorme y familiar tronco de madera, un árbol entero con sus raíces y todo, blanqueado y profundamente hundido en la arena; de algún modo, era nuestro árbol.
Se sentó en aquel banco natural y dio unas palmaditas en el sitio que había a su lado.
—No me importa que las historias sean largas. ¿Hay algo de acción?
Puse los ojos en blanco mientras me sentaba a su lado.
—La hay —concedí.
—No puede haber miedo de verdad si no hay un poco de acción.
—¡Miedo! —me burlé—. ¿Vas a escuchar o te vas a pasar todo el rato interrumpiéndome para hacer comentarios groseros sobre mis amigos?
Hizo como que se cerraba los labios con llave y luego como que tiraba la llave invisible sobre su hombro. Intenté no sonreír, pero no lo conseguí.
—Tengo que empezar con cosas que pasaron cuando tú estabas —decidí mientras intentaba organizar las historias en mi mente antes de comenzar.
Jacob alzó una mano.
—Adelante. Eso está bien —añadió él—. No entendí la mayor parte de lo que pasó entonces.
—Ah, vale, estupendo; es un poco complicado, así que presta atención. ¿Sabes ya que Alice tiene visiones?
Interpreté que su ceño fruncido era una respuesta afirmativa, ya que a los hombres lobo no les impresionaba que fuera verdad la leyenda de los poderes sobrenaturales de los vampiros, así que procedí con el relato de mi carrera a través de Italia para rescatar a Edward.
Intenté resumir lo más posible, sin dejarme nada esencial. Al mismo tiempo, me esforcé en interpretar las reacciones de Jacob, pero su rostro era inescrutable mientras le explicaba que Alice había visto los planes de Edward para suicidarse cuando escuchó que yo había muerto. Algunas veces Jacob parecía ensimismarse en sus pensamientos, tanto que ni siquiera estaba segura de que me estuviera escuchando. Sólo me interrumpió una vez.
—¿La adivina chupasangres no puede vernos? —repitió, en su rostro una expresión feroz y llena de alegría—. ¿En serio? ¡Eso es magnífico!
Apreté los dientes y nos quedamos sentados en silencio, con su cara expectante mientras esperaba que continuase. Le miré fijamente hasta que se dio cuenta de su error.
—¡Oops! —exclamó—. Lo siento —y cerró la boca otra vez.
Su respuesta fue más fácil de comprender cuando llegamos a la parte de los Vulturis. Apretó los dientes, se le pusieron los brazos con carne de gallina y se le agitaron las aletas de la nariz. No entré en detalles, pero le conté que Edward nos había sacado del problema, sin revelar la promesa que habíamos tenido que hacer ni la visita que estábamos esperando. Jacob no necesitaba participar de mis pesadillas.
—Ahora ya conoces toda la historia —concluí—. Es tu turno para hablar. ¿Qué ha ocurrido mientras yo pasaba este fin de semana con mi madre?
Sabía que Jacob me proporcionaría más detalles que Edward. No temía asustarme. Se inclinó hacia delante, animado al momento.
—Embry, Quil y yo estábamos de patrulla el sábado por la noche, sólo algo rutinario, cuando allí estaba, saliendo de ninguna parte, ¡bum!, una pista fresca, que no tenía ni quince minutos —alzó los brazos y remedó una explosión—. Sam quería que le esperásemos, pero yo ignoraba que tú te habías ido y no sabía si tus chupasangres estaban vigilando o no. Así que salimos en su persecución a toda velocidad, pero cruzó la línea del tratado antes de que pudiéramos cogerla. Nos dispersamos por la línea esperando que volviera a cruzarla. Fue frustrante, te lo juro —movió la cabeza y el pelo, que ya le había crecido desde que se lo había rapado tan corto cuando se unió a la manada, le cayó sobre los ojos—. Nos fuimos demasiado hacia el sur y los Cullen la persiguieron hacia nuestro sitio, pero sólo a unos cuantos kilómetros al norte de nuestra posición. Habría sido la emboscada perfecta si hubiéramos sabido dónde esperar.
Sacudió la cabeza, haciendo ahora una mueca.
—Entonces fue cuando la cosa se puso peligrosa. Sam y los otros le cogieron el rastro antes de que llegáramos, pero ella iba de un lado a otro de la línea y el aquelarre en pleno estaba al otro lado. El grande, ¿cómo se llama...?
—Emmett.
—Ese, bueno, pues él arremetió contra ella, pero ¡qué rápida es esa pelirroja! Voló detrás de ella y casi se estrella contra Paul. Y ya sabes, Paul... bueno, ya le conoces.
—Sí.
—Se le fue la olla. No puedo decir que le culpe, tenía al chupasangres grandote justo encima de él. Así que saltó... Eh, no me mires así. El vampiro estaba en nuestro territorio.
Intenté recomponer mi expresión para que continuara con su relato. Tenía las uñas clavadas en las palmas de las manos con la tensión de la historia, incluso sabiendo que había terminado bien.
—De cualquier modo, Paul falló y el grandullón regresó a su sitio, pero entonces, esto, la, eh, bien, la rubia...
La expresión de Jacob era una mezcla cómica de disgusto y reacia admiración mientras intentaba encontrar una palabra para describir a la hermana de Edward.
—Rosalie.
—Como quieras. Se había vuelto realmente territorial, así que Sam y yo nos retrasamos para cubrir los flancos de Paul. Entonces su líder y el otro macho rubio...
—Carlisle y Jasper.
Me miró algo exasperado.
—Ya sabes que me da igual cómo se llamen. Como sea, Carlisle habló con Sam en un intento de calmar las cosas. Y fue bastante extraño porque la verdad es que todo el mundo se tranquilizó muy rápido. Creo que fue ese otro que dices, que nos hizo algo raro en la cabeza, pero aunque sabíamos lo que estaba haciendo, no podíamos dejar de estar tranquilos.
—Ah, sí, ya sé cómo se siente uno.
—Realmente cabreado, así es como se siente uno. Sólo que no estás enfadado del todo, al final —sacudió la cabeza, confundido—. Así que Sam y el vampiro líder acordaron que la prioridad era Victoria y volvimos a la caza otra vez. Carlisle nos dio la pista de modo que pudimos seguir el rastro correcto, pero entonces tomó el camino de los acantilados justo al norte del territorio de los makah, donde la frontera discurre pegada a la costa durante unos cuantos kilómetros. Así que se metió en el agua otra vez. El grandullón y el tranquilo nos pidieron permiso para cruzar la frontera y perseguirla, pero se lo denegamos, como es lógico.
—Estupendo. Quiero decir que vuestro comportamiento me parece estúpido, pero estoy contenta. Emmett nunca tiene la suficiente prudencia. Podría haber salido herido.
Jacob resopló.
—Así que tu vampiro te dijo que los atacamos sin razón y que su aquelarre, totalmente inocente...
—No —le interrumpí—. Edward me contó la misma historia, sólo que sin tantos detalles.
—Ah —dijo Jacob entre dientes y se inclinó para coger una piedra entre los millones de guijarros que teníamos a los pies. Con un giro casual, la mandó volando sus buenos cien metros hacia las aguas de la bahía—. Bueno, ella regresará, supongo. Y volveremos a tenerla a tiro.
Me encogí de hombros; ya lo creo que volvería, pero ¿de veras me lo contaría Edward la próxima vez? No estaba segura. Debía mantener vigilada a Alice en busca de los síntomas indicadores de que el patrón de comportamiento volvía a repetirse...
Jacob no pareció darse cuenta de mi reacción. Estaba sumido en la contemplación de las olas con los gruesos labios apretados y una expresión pensativa en la cara.
—¿En qué estás pensando? —le pregunté después de un buen rato en silencio.
—Le doy vueltas a lo que me has dicho hace un rato. En cuando la adivina te vio saltando del acantilado y pensó que querías suicidarte, y en cómo a partir de aquello todo se descontroló... ¿Te das cuenta de que, si te hubieras limitado a esperarme, como se supone que tenías que hacer, entonces la chup... Alice no habría podido verte saltar? Nada habría cambiado. Probablemente, los dos estaríamos ahora en mi garaje, como cualquier otro sábado. No habría ningún vampiro en Forks y tú y yo... —dejó que su voz se apagara, perdido en sus pensamientos.
Era desconcertante su forma de ver la situación, como si fuera algo bueno que no hubiera vampiros en Forks. Mi corazón comenzó a latir arrítmicamente ante el vacío que sugería la imagen.
—Edward hubiera regresado de todos modos.
—¿Estás segura de eso? —me preguntó otra vez, volviendo a su aptitud beligerante en cuanto mencioné el nombre de Edward.
—Estar separados... no nos va bien a ninguno de los dos.
Comenzó a decir algo, algo violento a juzgar por su expresión, pero enmudeció de pronto, tomó aliento y empezó de nuevo.
—¿Sabías que Sam está muy enfadado contigo?
—¿Conmigo? —me llevó entenderlo un segundo—. Ah, ya. Cree que se habrían mantenido apartados si yo no estuvie-aquí.
—No. No es por eso.
—¿Cuál es el problema entonces?
Jacob se inclinó para tomar otra roca. Le dio vueltas una y otra vez, entre los dedos. No le quitaba ojo a la piedra negra mientras hablaba en voz baja.
—Cuando Sam vio... en qué estado estabas al principio, cuando Billy les contó lo preocupado que estaba Charlie porque no mejorabas y entonces, cuando empezaste a saltar de los acantilados...
Puse mala cara. Nadie iba a dejar nunca que me olvidara de eso.
Los ojos de Jacob me miraron de hito en hito.
—Pensamos que tú eras la única persona en el mundo que tenía tanta razón para odiar a los Cullen como él. Sam se siente... traicionado porque los volvieras a dejar entrar en tu vida, como si jamás te hubieran hecho daño.
No me creí ni por un segundo que Sam fuera el único que se sintiera de ese modo, y por tanto, el tono ácido de mi respuesta iba dirigido a ambos.
—Puedes decirle a Sam que se vaya a...
—Mira eso —Jacob me interrumpió señalándome a un águila en el momento en que se lanzaba en picado hacia el océano desde una altura increíble. Recuperó el control en el último minuto, y sólo sus garras rozaron la superficie de las olas, apenas durante un instante. Después volvió a aletear, con las alas tensas por el esfuerzo de cargar con el peso del pescado enorme que acababa de pescar—. Lo ves por todas partes —dijo con voz repentinamente distante—. La naturaleza sigue su curso, cazador y presa, el círculo infinito de la vida y la muerte.
No entendía el sentido del sermón de la naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el tema de la conversación, pero entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los ojos.
—Y desde luego, no verás al pez intentando besar al águila. Jamás verás eso —sonrió con una mueca burlona.
Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante, porque aún tenía un sabor ácido en la boca.
—Quizás el pez lo está intentando —le sugerí—. Es difícil saber lo que piensa un pez. Las águilas son unos pájaros bastante atractivos, ya sabes.
—¿A eso es a lo que se reduce todo? —su voz se volvió aguda—. ¿A tener un buen aspecto?
—No seas estúpido, Jacob.
—Entonces, ¿es por el dinero? —insistió.
—Estupendo —murmuré, levantándome del árbol—. Me halaga que pienses eso de mí —le di la espalda y me marché.
—Oh, venga, no te pongas así —estaba justo detrás de mí; me cogió de la cintura y me dio una vuelta—. ¡Lo digo en serio!, intento entenderte y me estoy quedando en blanco.
Frunció el ceño enfadado y sus ojos se oscurecieron enquistados entre sombras.
—-Le amo. ¡Y no porque sea guapo o rico! —le escupí las palabras a la cara—. Preferiría que no fuera ni lo uno ni lo otro. Incluso te diría que eso podría ser un motivo para abrir una brecha entre nosotros, pero no es así, porque siempre es la persona más encantadora, generosa, brillante y decente que me he encontrado jamás. Claro que le amo. ¿Por qué te resulta tan difícil de entender?
—Es imposible de comprender.
—Por favor, ilumíname, entonces, Jacob —dejé que el sarcasmo fluyera denso—. ¿Cuál es la razón válida para amar a alguien? Como dices que lo estoy haciendo mal...
—Creo que el mejor lugar para empezar sería mirando dentro de tu propia especie. Eso suele funcionar.
—¡Eso es... asqueroso! —le respondí con brusquedad—. Supongo que debería estar loca por Mike Newton después de todo.
Jacob se estremeció y se mordió el labio. Pude ver que mis palabras le habían herido, pero yo estaba demasiado enfadada para sentirme mal por ello.
Me soltó la muñeca y cruzó los brazos sobre el pecho, volviéndose para mirar hacia el océano.
—Yo soy humano —susurró, con voz casi inaudible.
—No eres tan humano como Mike —continué sin piedad—. ¿Sigues pensando que es la consideración más importante?
—No es lo mismo —Jacob no apartó los ojos de las olas grises—. Yo no he escogido esto.
Me eché a reír incrédula.
—¿Y crees que Edward sí? Él no sabía lo que le estaba ocurriendo más que tú. Él no eligió esto.
Jacob cabeceó de atrás adelante con un movimiento rápido y corto.
—¿Sabes, Jacob?, es terrible por tu parte que pretendas sentirte moralmente superior, considerando que tú eres un licántropo.
—No es lo mismo —repitió él, mirándome con el ceño fruncido.
—No veo por qué no. Podrías ser un poquito más comprensivo con los Cullen. No tienes idea de lo buenos que son, pero buenos de verdad, Jacob.
Frunció el ceño más profundamente.
—No deberían existir. Su existencia va contra la naturaleza.
Le miré con fijeza durante un largo rato, con una ceja alzada, llena de incredulidad. Pasó un tiempo hasta que se dio cuenta.
—¿Qué?
—Hablando de algo antinatural... —insinué.
—Bella —me dijo, con la voz baja, y algo diferente. Envejecida. Me di cuenta de que, de repente, sonaba mucho mayor que yo, como un padre o un profesor—. Lo que yo soy ha nacido conmigo. Es parte de mi naturaleza, de mi familia, de lo que todos somos como tribu, es la razón por la cual todavía estamos aquí. Aparte de eso —bajó la vista para mirarme, con sus ojos oscuros inescrutables—, sigo siendo humano.
Me cogió la mano y la presionó contra su pecho ardiente como la fiebre. A través de su camiseta, pude sentir el rápido latido de su corazón contra mi mano.
—Los humanos normales no arrojan motos por ahí, como haces tú.
Él sonrió ligeramente, con una media sonrisa.
—Los humanos normales huyen de los monstruos, Bella. Y nunca he proclamado ser normal. Sólo humano.
Continuar enfadada con Jacob resultaba muy cansado. Empecé a sonreír mientras retiraba la mano de su pecho.
—La verdad es que me pareces humano del todo —concedí—. Al menos de momento.
—Me siento humano.
Miró a lo lejos, y volvió el rostro. Le tembló el labio inferior y se lo mordió con fuerza.
—Oh, Jake —murmuré al tiempo que buscaba su mano.
Esa era la razón por la que estaba aquí. Ésa era la razón por la que no me importaba quedarme, fuera cual fuera la recepción que me esperase al regresar. Porque bajo toda esa ira y ese sarcasmo, Jacob sufría. Justo ahora, lo estaba viendo en sus ojos. No sabía ayudarle, pero sabía que tenía que intentarlo. No era por todo lo que le debía, sino porque su pena me dolía a mí también.
Jacob se había convertido en parte de mí y no había nada que pudiera cambiar eso.

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