sábado, 1 de agosto de 2009

Decisión precipitada
Me tumbé boca abajo sobre el saco de dormir a la espera de que me cayera el mundo encima. Ojalá me enterrara allí mismo una avalancha. Deseaba de todo corazón que sucediera. No quería volver a verme el rostro en un espejo en mi vida.
No me avisó ningún sonido. La mano fría de Edward salió de la nada y se deslizó entre mi pelo enmarañado. Me estremecí llena de culpabilidad ante su contacto.
—¿Te encuentras bien? —murmuró, con la voz plena de ansiedad.
—No. Quiero morirme.
—Eso no ocurrirá jamás. No lo permitiré.
Gruñí y luego susurré:
—Tal vez cambies de idea.
—¿Dónde está Jacob?
—Se ha ido a luchar —mascullé contra el suelo.
Se había marchado del campamento con alegría, con un optimista «volveré» mientras echaba a correr. Iba encorvado cuando atravesó el claro, temblando ya mientras se preparaba para cambiar de forma. A esas alturas, la manada ya estaría al tanto de todo. Seth Clearwater, yendo de un lado para otro fuera de la tienda, había sido un testigo íntimo de mi desgracia.
Edward se quedó en silencio un buen rato.
—Oh —exclamó al fin.
Cuando oí el tono de su voz, temí que la avalancha no cayera lo suficientemente deprisa. Le clavé la mirada y estuve bastante segura, debido a sus ojos desenfocados, de que estaba atento a algo que yo hubiera preferido morir antes de que llegara a sus oídos. Dejé caer la cabeza de nuevo contra el suelo.
Me quedé paralizada cuando Edward se echó a reír entre dientes, de mala gana.
—Y yo pensaba que estaba jugando sucio —comentó con renuente admiración—. Me ha hecho quedar como el santo patrón de la ética —su mano acarició la parte de mi mejilla que quedaba al descubierto—. No estoy enfadado contigo, amor. Jacob es más astuto de lo que yo hubiera creído jamás, aunque hubiera deseado que no se lo hubieras pedido, claro.
—Edward —barboteé contra el áspero nailon—. Yo... yo... esto...
—Anda, calla —me silenció sin dejar de acariciarme la mejilla con los dedos—. No es eso lo que quería decir. Es sólo que él te habría besado de todos modos, incluso aunque tú no hubieras caído en sus redes, y ahora no tengo una buena excusa para partirle la cara. Y de verdad que lo hubiera disfrutado.
—¿Caído en sus redes? —mascullé de forma casi incomprensible.
—Bella, ¿realmente te has creído que él es así de noble, que habría desaparecido en el esplendor de la gloria sólo para dejarme el camino expedito?
Elevé el rostro con lentitud hasta encontrarme con su mirada paciente. Su expresión era amable y tenía los ojos llenos de comprensión, más que del rechazo que me merecía.
—Sí, claro que le creí —murmuré entre dientes y después miré hacia otro lado. A pesar de todo, no sentía ningún tipo de ira contra Jacob por hacer trampas. No había espacio suficiente en mi cuerpo para contener nada aparte del odio que sentía por mí misma.
Edward rió de nuevo, con suavidad.
—Eres tan mala mentirosa, que te cuesta creer que los demás puedan tener ni una pizca de esa habilidad.
—¿Por qué no estás enfadado conmigo? —susurré—. ¿Por qué no me odias? ¿O es que no te has enterado de toda la historia todavía?
—Creo que ya tengo suficiente con una cierta comprensión general de los hechos —comentó restándole importancia, casi con humor—. Jacob es capaz de crear imágenes mentales muy vividas. Apuesto a que ha conseguido que su manada se sienta tan mal, al menos, como yo. El pobre Seth tiene náuseas, pero Sam le está poniendo ya en vereda.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza, experimentando una honda agonía. Las cortantes fibras de nailon del suelo de la tienda me arañaron la piel.
—Simplemente eres humana —me cuchicheó, pasando con lentitud su mano por mi pelo.
—Esa es la defensa más penosa que he oído en mi vida.
—Pero es la verdad, Bella, eres humana; y por mucho que yo desease que no fuese así, él también lo es... Hay huecos en tu vida que yo no puedo llenar y lo comprendo.
—No es verdad. Precisamente eso es lo que me convierte en un ser tan horrible. No es un problema de huecos.
—Tú le quieres —susurró con dulzura.
El intento de negarlo hacía que me doliera cada célula del cuerpo.
—Pero a ti te quiero más —le dije. No podía decir ninguna otra cosa.
—Sí, ya lo sé, claro, pero... cuando te abandoné, Bella, te dejé desangrándote. Jacob fue la persona que te puso los puntos para curarte. Eso os ha dejado una huella a ambos. No estoy muy seguro de que esta clase de puntos se disuelvan por sí mismos. Y no puedo culpar a ninguno de los dos por algo que yo convertí en una necesidad. Soy yo quien debe aspirar al perdón, pero aun así, eso no me eximirá de las consecuencias.
—Ya sabía yo que encontrarías alguna manera de culparte a ti mismo. Por favor, déjalo ya. No lo puedo soportar.
—Entonces, ¿qué quieres que te diga?
—Quiero que me llames por todos los nombres malos que conozcas y en cada lenguaje que sepas. Quiero que me digas lo disgustado que estás conmigo y que me vas a dejar, de forma que yo pueda suplicar y arrastrarme de rodillas para que te quedes.
—Lo siento —suspiró—. No puedo hacer eso.
—Al menos deja de intentar que me sienta mejor. Déjame sufrir. Me lo merezco.
—No —insistió él, en un murmullo bajo.
Asentí con lentitud.
—Vale, tienes razón. Continúa comportándote de ese modo tan comprensivo. Probablemente, eso sea mucho peor.
Se quedó en silencio unos momentos y sentí cómo la atmósfera se cargaba con una nueva sensación de urgencia.
—Es inminente —afirmé.
—Sí, dentro de unos cuantos minutos. Sólo me queda tiempo para decirte una cosa más...
Esperé. Cuando al fin comenzó a hablar, seguía haciéndolo en susurros.
—Yo sí puedo ser noble, Bella. Así que no voy a hacer que escojas entre los dos. Sólo sé feliz, y de ese modo toma lo que quieras de mí, o nada en absoluto, si eso te parece mejor. No dejes que ninguna deuda que creas tener conmigo influya en tu decisión.
Golpeé el suelo, alzándome sobre mis rodillas.
—¡Maldita sea, para esto de una vez! —le grité.
Sus ojos se dilataron sorprendidos.
—No, no lo entiendes. No estoy haciendo que te sientas mejor, Bella, es lo que pienso de verdad.
—Ya sé que lo piensas —rugí—. Pero ¿es que no vas a luchar? ¡No empieces ahora con lo del noble sacrificio! ¡Pelea!
—¿Cómo? —me preguntó y sus ojos de pronto parecieron muy antiguos, cargados de tristeza.
Salté sobre su regazo, arrojando mis brazos a su alrededor.
—No me importa si hace frío aquí. No me importa si huelo a perro. Hazme olvidar lo espantosa que soy, ayúdame a que le olvide. ¡Haz que olvide mi propio nombre! ¡Pelea de una vez!
No esperé a que se decidiera, ni a darle la oportunidad de decirme que él no estaba interesado en un monstruo cruel y despiadado como yo. Me apreté contra él y aplasté mi boca contra sus labios fríos como la nieve.
—Ten cuidado, amor —masculló bajo la urgencia de mi beso.
—No —gruñí.
Con dulzura, apartó mi rostro unos centímetros.
—No me tienes que probar nada.
—Ni lo pretendo. Dijiste que podría tener lo que quisiera de ti y esto es lo que deseo. Lo quiero todo —anudé mis brazos en torno a su cuello y me estiré para alcanzar sus labios. Él inclinó la cabeza para devolverme el beso, pero su boca fría se volvió más indecisa cuanto más se intensificaba mi impaciencia. Mi cuerpo tenía sus propias intenciones, y me arrastraba con él. Como de costumbre, movió las manos para sujetarme.
—Quizá no es el mejor momento para esto —sugirió, demasiado tranquilo para mi gusto.
—¿Por qué no? —refunfuñé. No había manera de luchar si él iba a adoptar una actitud racional; dejé caer los brazos.
—En primer lugar porque hace frío —se inclinó para coger el saco de dormir del suelo y me envolvió en él como si fuera una manta.
—No es verdad —le interrumpí—. El primer motivo es que te muestras extrañamente moralista para ser un vampiro.
El se rió entre dientes.
—De acuerdo, te doy la razón en eso. Pongamos el frío en segundo lugar. Y en tercero..., bueno, porque la verdad, cariño, es que apestas.
Arrugó la nariz.
Yo suspiré.
—En cuarto lugar —murmuró, bajando la cabeza tanto que pudo susurrar cerca de mi oreja—. Lo haremos, Bella. Cumpliré mi promesa de corazón, pero preferiría que no fuera como respuesta a Jacob Black.
Me encogí y enterré el rostro en su hombro.
—Y en quinto...
—Está siendo una lista muy pero que muy larga —cuchicheé.
Se echó a reír.
—Sí, pero ¿quieres escuchar lo de la lucha o no?
Mientras hablaba, Seth aulló de forma estridente fuera de la tienda.
El cuerpo se me puso rígido al oír el sonido. No me percaté de que había cerrado la mano izquierda en un puño, y se me habían clavado las uñas en la palma vendada, hasta que Edward la cogió y me abrió los dedos con ternura.
—Todo va a ir bien, Bella —me prometió—. Tenemos la habilidad, el entrenamiento y la sorpresa de nuestra parte. La lucha habrá acabado muy pronto. Si yo no lo pensara así de verdad, estaría ahora allí abajo y tú permanecerías aquí, encadenada a un árbol o adonde fuera que consiguiera tenerte a buen recaudo.
—Alice es tan pequeña —me lamenté.
Él se rió entre dientes.
—Eso podría ser un problema, claro... siempre que hubiera alguien capaz de atraparla.
Seth empezó a gimotear.
—¿Pasa algo malo? —le pregunté.
—Qué va, simplemente está enfadado por tener que quedarse con nosotros. Sabe que la manada lo ha confinado aquí para mantenerle apartado de la acción y protegerle. Está salivando de ganas de reunirse con ellos.
Puse cara de pocos amigos en la dirección adonde estaba Seth.
—Los neófitos han llegado al final de la pista, y todo funciona como si fuera resultado de un encantamiento, este Jasper es un genio. También han captado el rastro de los que están en el prado, así que ahora se están dividiendo en dos grupos, como predijo Alice —murmuró Edward, con los ojos concentrados en algún lugar lejano—. Sam nos está convocando para encabezar la partida de la emboscada —estaba tan concentrado en lo que escuchaba que usó el plural empleado por la manada de forma habitual.
De repente, bajó la mirada hacia mí.
—Respira, Bella.
Luché para hacer lo que me pedía. Podía escuchar el pesado jadeo de Seth justo fuera de la pared de la tienda e intenté emparejar mis pulmones al mismo ritmo regular, de modo que no terminara hiperventilando.
—El primer grupo está en el claro. Podemos escuchar la pelea.
Los dientes se me cerraron de forma audible.
Se rió una vez.
—Podemos oír a Emmett... Se lo está pasando genial.
Me obligué de nuevo a respirar a la vez que Seth.
Edward gruñó.
—Están hablando de ti —los dientes se le cerraron también de golpe—. Se supone que deben asegurarse de que no escapes… ¡Buen movimiento! Vaya, qué rápida murmuró con aprobación—. Uno de los neófitos ha descubierto nuestro olor y Leah le ha tumbado antes de que ni siquiera pudiera volverse. Sam le está ayudando a deshacerse de él. Paul y Jacob han cogido a otro, pero los demás se han puesto a la defensiva. No tienen ni idea de qué hacer con nosotros. Ambos grupos están fintando. No, dejad que Sam lo lidere, apartaos del camino —masculló entre dientes—. Separadlos, no les dejéis que se protejan las espaldas unos a otros.
Seth gañó.
—Eso está mejor, llevadlos hacia el claro —asintió Edgard.
Su cuerpo cambiaba inconscientemente de posición mientras observaba, poniéndose en tensión, anticipando los movimientos que habría hecho de hallarse presente. Sus manos todavía sostenían las mías y yo entrelacé mis dedos con los suyos. Al menos, él no estaba allí abajo.
La única advertencia fue la súbita ausencia de sonidos.
El ritmo acelerado de la respiración de Seth se cortó y como yo había acompasado mi respiración a la suya, lo noté.
Dejé de respirar también, demasiado asustada incluso para poner mis pulmones en funcionamiento cuando me di cuenta de que Edgard se había transformado en un bloque de hielo a mi lado.
Oh, no. No. No
¿Quién había perdido? ¿Ellos o nosotros? Míos, todos eran míos. Pero ¿en qué iba a consistir mi pérdida?
Tan rápido ocurrió que no supe con toda exactitud cuándo fue. De pronto se puso en pie y la tienda cayó hecha jirones a mi alrededor. ¿Era Edward él que lo había hecho? ¿Por qué?
Bizqueé, aturdida bajo la brillante luz del sol. Seth era todo lo que podía ver, justo a nuestro lado, con su rostro sólo a veinte centímetros del de Edward. Se miraron el uno al otro con concentración absoluta durante un segundo que se me hizo eterno. El sol relumbraba sobre la piel de Edward y enviaba chispas de luz hacia la pelambre de Seth.
Y entonces, Edward susurró imperiosamente:
—¡Corre, Seth!
El gran lobo aceleró y desapareció entre las sombras del bosque.
¿Habían pasado dos segundos completos? Me habían parecido horas. Me sentí aterrorizada hasta el punto de las náuseas por la certeza de que la cosa se había torcido en el claro y había ocurrido algo horrible. Abrí la boca para pedirle a Edward que me llevara allí y que lo hiciera ya. Ellos le necesitaban y también a mí. Si tenía que sangrar para salvarlos, lo haría. Moriría por ello, como la tercera esposa. No tenía ninguna daga de plata en mis manos, mas seguro que encontraría una forma...
Pero antes de que pudiera decir ni una sílaba, sentí como si me hubiesen sacado el aire del cuerpo de un solo golpe. Como las manos de Edward nunca me habían soltado, simplemente quería decir que nos estábamos moviendo, tan rápido que la sensación era como de caerse de lado.
Me encontré de pronto con la espalda aplastada contra la escarpada falda del acantilado. Edward se puso delante de mí, en una postura que yo conocía muy bien.
El alivio me recorrió la mente al mismo tiempo que el estómago se me hundía hasta las plantas de los pies.
Le había malinterpretado.
Alivio: no había sucedido nada malo en el claro.
Horror: la crisis estaba teniendo lugar aquí.
Edward adoptó una posición defensiva, medio agachado, con los brazos adelantados ligeramente, una pose que me trajo un recuerdo tan duro que me sentí mareada. La roca a mi espalda igual hubiera podido ser aquella antigua pared de ladrillo de un callejón italiano, donde él se había interpuesto entre los guerreros Vulturis, cubiertos con sus mantos negros, y yo.
Algo venía a por nosotros.
—¿Quién es? —murmuré.
Las palabras salieron entre sus dientes con un rugido más alto de lo que yo esperaba. Demasiado alto. Eso quería decir que ya no había posibilidad alguna de esconderse. Estábamos atrapados y daba igual quién escuchara su respuesta.
—Victoria —contestó, escupiendo la palabra como si fuera una maldición —. No está sola. Nunca tuvo intención de participar en la lucha, pero seguía a los neófitos para observar. Cuando percibió mi olor, tomó la decisión de seguirlo por pura intuición, adivinando que tú permanecerías donde yo estuviera. Y ha acertado. Tú llevabas razón, detrás de todo esto siempre estuvo ella y nadie más que ella.
Victoria estaba lo bastante cerca para que él pudiera escuchar sus pensamientos.
Me sentí aliviada otra vez. Si hubieran sido los Vulturis, ambos estaríamos muertos. Pero con Victoria, no teníamos que ser los dos. Edward podría sobrevivir a esto. Era un buen luchador, tan bueno como Jasper. Si ella no traía a otros consigo, podría abrirse camino hasta volver con su familia. Edward era más rápido que ninguno. Sería capaz de hacerlo.
Me alegraba mucho de que él hubiera hecho marcharse a Seth, pero claro, no había nadie a quien el lobo pudiera acudir en busca de ayuda. Victoria había sincronizado perfectamente su actuación. Al menos, Seth estaba a salvo; no imaginaba al enorme lobo de color arena cuando pensaba en él: sólo veía al desgarbado chico de quince años.
El cuerpo de Edward se movió, de forma infinitesimal, pero me permitió saber hacia dónde mirar. Observé las sombras oscuras del bosque.
Era como si mis pesadillas caminaran a mi encuentro con la idea de saludarme.
Dos vampiros se deslizaron con lentitud dentro de la pequeña abertura de nuestro campamento, con los ojos atentos, sin perder nada de vista. Brillaban como diamantes bajo el sol.
Apenas pude echar una ojeada al chico rubio; porque sí, era sólo un chico, a pesar de su altura y su musculatura, y quizá tenía mi edad cuando le convirtieron. Sus ojos, del color rojo más intenso que había visto nunca, no retuvieron mi atención, y pese a ser el que estaba más cerca de Edward, y el peligro más cercano, casi no le vi...
... porque a pocos metros y algo más atrás, Victoria clavó su mirada en la mía.
Su pelo de color anaranjado era más brillante de lo que recordaba, parecido a una llama. No había viento, pero el fuego alrededor de su rostro parecía hacerle titilar un poco, como si estuviera vivo.
Tenía los ojos negros por la sed. No sonreía, como siempre había hecho en mis pesadillas, sino que apretaba los labios en una línea tensa. Había una sorprendente cualidad felina en el modo en que acuclillaba el cuerpo, como una leona a la espera de la oportunidad para atacar. Su mirada salvaje e inquieta fluctuaba entre Edward y yo, pero nunca descansaba en él más de medio segundo. No podía apartar sus ojos de mi rostro más de lo que yo podía apartar los míos.
Emanaba tensión de un modo que parecía casi visible en el aire. Podía sentir el deseo, la pasión arrolladura que la tenía bien aferrada en sus garras. Supe lo que estaba pensando, casi como si yo pudiera oír también sus pensamientos.
Estaba tan cerca de lo que quería, el centro de toda su existencia durante más de un año, ahora estaba tan cerca...
Mi muerte.
Su plan era tan obvio como práctico. El chico rubio y grande atacaría a Edward, y ella me liquidaría tan pronto como Edward estuviera suficientemente distraído.
Sería rápido, porque no le quedaba mucho tiempo para juegos, pero también definitivo. Algo de lo que no sería posible recobrarse. Algo que ni siquiera la ponzoña de un vampiro podría reparar.
Ella tendría que detener mi corazón. Quizá lanzando una mano contra mi pecho, hasta aplastarlo. O cualquier otra cosa parecida.
Mi corazón latió con furia, ruidosamente, como si quisiera ofrecer un objetivo más obvio.
A una inmensa distancia, lejos, más allá del bosque oscuro, el aullido de un lobo hizo eco en el aire sereno. Como Seth se había marchado, no había forma de interpretar el sonido.
El chico rubio miró a Victoria por el rabillo del ojo, esperando una orden.
Era joven en más de un sentido. Lo supuse porque el brillante iris escarlata no duraba mucho tiempo en un vampiro, y esto quería decir que sería muy fuerte, pero poco ducho en las artes de la pelea. Edward sabría cómo deshacerse de él. Y sobreviviría.
Victoria proyectó su barbilla hacia Edward, ordenando al chico, sin palabras, que atacara.
—Riley —dijo Edward con voz dulce, suplicante. El joven rubio se quedó helado, con los ojos dilatados por la sorpresa—. Te está mintiendo, Riley —continuó Edward—. Escúchame. Te miente del mismo modo que mintió a los otros que ahora están muriendo en el claro. Tú ya sabes que ella los ha engañado, porque te ha utilizado para ello, ya que ninguno de vosotros pensó jamás en ir a socorrerlos. ¿Es tan difícil creer que su falsedad también te alcance a ti?
La confusión se expandió por el rostro de Riley.
Edward se movió unos cuantos centímetros hacia un lado y Riley compensó el movimiento de modo automático ajustando de nuevo su posición.
—Ella no te quiere, Riley —la voz de Edward era persuasiva, casi hipnótica—. Nunca te ha amado. Victoria amó una vez a alguien que se llamaba James y tú no eres más que un instrumento para ella.
Cuando dijo el nombre de James, los labios de Victoria se retrajeron en una mueca que mostraba todos sus dientes. Sus ojos continuaron clavados en mí.
Riley lanzó una mirada frenética en su dirección.
—¿Riley? —insistió Edward.
Éste volvió a concentrarse en Edward de forma instintiva.
—Ella sabe que te mataré, Riley. Quiere que tú mueras, para no tener que mantener más su fachada. Sí, eso sí lo ves, ¿verdad? Ya has notado la renuencia en sus ojos, has sospechado de esa nota falsa que se percibe en sus promesas. Llevas razón. Ella nunca te ha querido. Todos los besos y todas las caricias no eran más que mentiras.
Edward trasladó su peso de nuevo unos cuantos centímetros más hacia el muchacho y se apartó otros tantos de mí.
La mirada de Victoria se ajustó al espacio que se había abierto entre nosotros. No le llevaría más de un segundo matarme, y sólo necesitaba el más pequeño atisbo de oportunidad para hacerlo.
Riley volvió a cambiar su posición esta vez con más lentitud.
—No tienes por qué morir —le prometió Edward, con los ojos fijos en los del muchacho—. Hay otras formas de vivir distintas a la que ella te ha enseñado. No todo son mentiras ni sangre, Riley. Puedes seguir un camino nuevo desde ahora. No debes morir por culpa de sus engaños.
Edward deslizó un pie hacia delante y hacia un lado. Ahora había medio metro entre él y yo. Riley se retrasó algo más de lo necesario para compensar el avance de Edward. Victoria se inclinó hacia delante, sobre sus talones.
—Es tu última oportunidad, Riley —susurró Edward.
El rostro del joven vampiro mostraba verdadera desesperación mientras escrutaba a Victoria en busca de respuestas.
—El es el mentiroso, Riley —intervino Victoria y se me abrió la boca de puro asombro al escuchar el sonido de su voz—. Ya te advertí acerca de sus truquitos mentales. Tú sabes que te quiero.
Su voz no era el salvaje gruñido gatuno que parecía el más idóneo para su figura. Por el contrario, resultaba dulce, agudo, con un toque de soprano, casi como el de un bebé. El tipo de voz que va acorde con rizos rubios y chicle de color rosa. No tenía sentido que saliera de entre sus dientes desnudos y relucientes.
Riley apretó la mandíbula y cuadró los hombros. Sus ojos se vaciaron de todo tipo de confusión o de sospecha y de cualquier otra clase de pensamiento. Se tensó para atacar.
El cuerpo de Victoria parecía temblar de tan agazapada como estaba. Sus manos se habían convertido en garras a la espera de que Edward se separara sólo un centímetro más de mí.
El gruñido no procedió de ninguno de ellos.
Una forma similar a la de un mamut de color tostado cayó sobre el centro del claro, arrojando al suelo a Riley.
—¡No! —gritó Victoria, contrariada, con su voz de bebé aguda por la incredulidad.
A un metro y medio de mí el enorme lobo arrancó algo de cuajo y lo separó del cuerpo del vampiro rubio. Un objeto blanco y duro chocó contra las rocas al lado de mis pies. Me deslicé a un lado para apartarme.
Victoria no desperdició ni una sola mirada en el chico al cual había jurado poco antes su amor. Tenía los ojos aún fijos en mí, llenos de una decepción tan feroz que le daba un aspecto desquiciado.
—No —repitió entre dientes, mientras Edward comenzaba a moverse hacia ella, bloqueándole su acceso hasta mí.
Riley estaba de nuevo de pie, con una apariencia contrahecha y demacrada, pero aún capaz de lanzar un perverso golpe hacia el hombro de Seth. Oí cómo se partía el hueso. Seth se retiró y comenzó a girar sobre sí mismo, cojeando. Riley avanzó las manos de nuevo, preparado, aunque me parecía que le faltaba parte de una de ellas...
A pocos metros de esta pelea, Victoria y Edward fintaban.
En realidad no daban vueltas, porque Edward no iba a permitirle adquirir una posición más cercana a mí. Ella se deslizaba hacia atrás, moviéndose de un lado al otro, intentando encontrar un hueco en su defensa. El seguía su juego de piernas con agilidad, acechándola con perfecta concentración. Comenzaba a moverse justo una fracción de segundo antes de que ella se moviera, leyendo sus intenciones en sus pensamientos.
Seth embistió a Riley de costado y volvió a arrancarle algo que provocó un horrísono y chirriante alarido de dolor. Otro gran trozo blanco y pesado cayó en el bosque con un golpe sordo. Riley rugió de furia y Seth saltó hacia atrás, extrañamente ligero para su tamaño, mientras el neófito lanzaba un golpe hacia él con la mano destrozada.
Victoria se abrió camino en zigzag hacia el extremo más lejano del pequeño claro. Estaba dividida: sus pies la empujaban hacia la seguridad, pero sus ojos mostraban su ansia al clavarse en mí como si fueran imanes, atrayéndola hacia mi lugar. Podía ver cómo luchaban en su interior el deseo ardiente de matar contra el instinto de supervivencia.
Edward también podía ver esto, claro.
—No te vayas, Victoria —murmuró en el mismo tono hipnótico de antes—. Nunca tendrás otra oportunidad como ésta.
Ella le mostró los dientes y siseó en su dirección, pero parecía incapaz de alejarse de mí.
—Siempre podrás huir luego —ronroneó Edward—. Tendrás mucho tiempo para eso. Es lo que haces siempre, ¿no? Ese es el motivo por el que te retenía James. Le eras útil, pese a tu afición a los juegos mortales. Una compañera con un asombroso instinto para la huida. El no debería haberte dejado. Bien que le habrían venido tus habilidades cuando le cogimos en Phoenix.
Un rugido brotó entre los dientes de ella.
—Sin embargo, eso fue todo lo que significaste para él. Es de tontos malgastar tanta energía vengando a alguien que sintió menos afecto por ti que un cazador por su perro. No fuiste para él nada más que alguien oportuno. Yo lo supe.
Edward esbozó una sonrisa torcida mientras se golpeaba la sien con un dedo.
Con un aullido estrangulado, Victoria se precipitó contra los árboles de nuevo, fintando hacia un lado. Edward respondió y el baile comenzó de nuevo.
Justo entonces, el puño de Riley alcanzó el flanco de Seth y un gemido bajo se ahogó en la garganta del lobo gigante. Seth retrocedió con los hombros encogidos, como si intentara sacudirse el dolor.
Por favor, quise rogarle a Riley, pero no me funcionaron los músculos para abrir la boca o para expulsar el aire de mis pulmones. Por favor, es sólo un niño.
¿Por qué no habría huido Seth? ¿Por qué no lo hacía ahora?
Riley estaba cerrando de nuevo la distancia entre ellos, empujando a Seth contra la pared de roca donde yo me encontraba. Victoria pareció de pronto interesada en el destino de su compañero. Podía verla mirando de reojo, juzgando la distancia entre Riley y yo. Seth atacó de nuevo a Riley, que se vio obligado a retirarse y Victoria siseó.
Seth ya no cojeaba. Dando vueltas, se topó con la espalda de Edward, la cual rozó con la cola, y los ojos de Victoria casi se salieron de sus órbitas.
—No, no se volverá contra mí —le dijo Edward, contestando la pregunta que había surgido en su mente y usó su distracción para deslizarse más cerca de ella—. Tú nos has suministrado un enemigo común, nos has convertido en aliados.
Ella apretó los dientes, intentando mantener concentrada su atención sólo en Edward.
—Míralo más de cerca, Victoria —murmuró él, tirando de los hilos de su concentración—. ¿De verdad se parece tanto al monstruo cuyo rastro siguió James desde Siberia?
Sus ojos se abrieron del todo, y después comenzaron a oscilar salvajemente entre Edward, Seth y yo, de uno en uno.
—¿No es el mismo? —gruñó con su voz de soprano, de niña pequeña—. ¡Es imposible!
—Nada es imposible —murmuró Edward, con la voz suave como el terciopelo mientras se acercaba a ella centímetro a centímetro—, excepto lo que tú quieres. Jamás la tocarás.
Ella sacudió la cabeza de manera rápida y entrecortada, intentando evitar sus movimientos de distracción y evadirlo pero él se colocó en el lugar apropiado para bloquearla tan pronto como ella pensó el plan. Su rostro se contorsionó de pura frustración y después se agazapó aún más, como una leona de nuevo, y atacó de forma deliberada hacia delante.
Victoria no estaba precisamente falta de experiencia ni era una neófita dirigida por sus instintos, sino que resultaba letal. Como yo conocía la diferencia entre ella y Riley, sabía que Seth no hubiera durado tanto si hubiera estado luchando contra esa vampira.
Edward también cambió de posición, conforme se acercaron el uno al otro, y aquello se convirtió en una lucha entre un león y una leona.
El baile aumentó de ritmo.
Una danza similar a la de Alice y Jasper en el prado, una espiral borrosa de movimientos, sólo que esta danza no estaba coreografiada de modo tan perfecto. Agudos crujidos y chasquidos reverberaban de la pared del acantilado, conforme alguien era desalojado de su lugar. Pero se movían tan rápido que no podía decir quién cometía los errores...
Riley se distrajo con ese violento ballet, con los ojos llenos de ansiedad por su compañera. Seth atacó de nuevo, arrancando de otro bocado un pequeño trozo del vampiro. Riley bramó y lanzó un tremendo golpe de revés que acertó de lleno en el amplio pecho de Seth. Su cuerpo enorme se elevó más de tres metros y chocó contra la pared rocosa sobre mi cabeza con una fuerza que pareció sacudir todo el pico de la montaña. Oí cómo se escapaba el aire de mis pulmones y salté fuera de su camino cuando él rebotó contra la piedra y cayó sobre el suelo a pocos metros de donde yo me hallaba.
Un bajo gimoteo se escapó de entre sus dientes.
Empezaron a caerme fragmentos agudos de roca sobre la cabeza, arañándome la piel desnuda. Una astilla de roca afilada me cayó encima del brazo derecho y la aferré irreflexivamente. Mis dedos se cerraron a su alrededor cuando se activaron mis propios instintos de supervivencia. Mi cuerpo se preparaba para luchar, sin preocuparse de lo poco efectivo que fuera el gesto, al no haber ocasión alguna para la huida.
Se me disparó la adrenalina en las venas. Notaba que la abrazadera me cortaba la palma y sentía las protestas de la fisura de mi nudillo. Era consciente de todo esto, pero a pesar de ello no podía sentir dolor.
Detrás de Riley, todo lo que se podía ver era la llama fluctuante del pelo de Victoria y un borrón blanco. Los chasquidos metálicos y los desgarrones aumentaban de ritmo, lo mismo que los jadeos y los siseos horrorizados, lo cual dejaba claro que el baile se estaba volviendo mortal para alguien.
Pero ¿para quién?
Riley se deslizó hacia mí, con los ojos rojos brillantes de furia. Miró hacia la montaña renqueante de pelo color arena que se encontraba entre nosotros y sus manos, destrozadas y rotas, se cerraron como garras. Abrió la boca del todo, con los dientes brillantes, como si se estuviera preparando para desgarrar la garganta de Seth.
Un segundo latigazo de adrenalina me atravesó como un choque eléctrico y de pronto lo vi todo claro.
Ambas luchas se desarrollaban demasiado cerca. Seth estaba a punto de perder la suya y no tenía ni idea de si Edward ganaba o perdía. Ambos necesitaban ayuda. Una distracción. Algo que les diera una oportunidad.
Mi mano aferró la astilla de piedra tan fuerte que uno de los soportes de la abrazadera se rompió.
¿Tendría la suficiente fuerza? ¿Sería lo bastante valiente? ¿Cuánta energía haría falta para enterrar la piedra rugosa en mi cuerpo?
¿Le daría eso a Seth el tiempo necesario para volver a ponerse en pie? ¿Se curaría lo bastante rápido como para que mi sacrificio le diera alguna oportunidad?
Con la punta aguda del fragmento me subí el grueso jersey hacia arriba para exponer la piel y después presioné la parte más afilada contra la arruga de mi codo. Allí tenía la larga cicatriz que me hice la noche de mi último cumpleaños, cuando derramé suficiente sangre como para captar la atención de todos los vampiros y dejarlos helados en sus sitios por un momento. Recé para que volviera a funcionar. Me envaré y aspiré un gran trago de aire.
Victoria se distrajo con el sonido de mi jadeo. Sus ojos, detenidos durante la mínima fracción de un segundo, se encontraron con los míos. En su expresión se mezclaban la furia y la curiosidad de una forma extraña.
No sé cómo pude escuchar ese pequeño ruido con todos los otros que reverberaban en la pared de piedra y me martilleaban el cerebro. El sonido de los latidos de mi propio corazón podría haber sido suficiente para haberlo ahogado. Pero en el mismo segundo en que miré a Victoria a los ojos, creo que fui capaz de oír un familiar suspiro exasperado.
En ese mismo corto segundo, el baile se detuvo de manera violenta. Pasó tan deprisa que ya había terminado antes de que yo pudiera seguir la secuencia exacta de los hechos. Intenté captarlos como pude en mi mente.
Victoria había salido volando del borrón y había chocado contra un alto abeto, más o menos a la mitad del tronco. Cayó sobre la tierra ya agazapada para saltar.
De forma simultánea, Edward, del todo invisible por la velocidad, se volvió a sus espaldas y cogió al desprevenido Riley por el brazo. Me pareció como si Edward plantara su pie contra su espalda y tirara hacia arriba...
El pequeño campamento se llenó con el taladrante aullido de agonía de Riley.
Al mismo tiempo, Seth saltó sobre sus patas y me ocultó la mayor parte de la visión.
Pero aún podía ver a Victoria. Y aunque parecía extrañamente deformada, como si fuera incapaz de enderezarse por completo, pude distinguir la sonrisa que atravesaba su rostro salvaje, la misma que aparecía en mis sueños.
Se agachó y saltó.
Algo pequeño y blanco silbó por el aire y colisionó con ella en pleno vuelo. El impacto sonó como una explosión, y la lanzó contra otro árbol, que esta vez se partió por la mitad. Volvió a aterrizar sobre sus pies, agazapada y preparada, pero Edward ya ocupaba su posición. Sentí cómo el alivio barría mi corazón cuando le vi de pie y en perfecto estado.
Victoria pateó algo a un lado con un golpe de su pie desnudo, el misil que había abortado su ataque. Vino dando vueltas hasta mí y me di cuenta de lo que era.
Se me encogió el estómago.
Los dedos todavía se retorcían. Aferrándose a las hojas de hierba, el brazo de Riley comenzó a moverse de forma convulsiva por el suelo.
Seth estaba de nuevo dando vueltas en torno a Riley, mientras éste se retiraba. Caminaba de espaldas ante el licántropo que avanzaba, con el rostro rígido por el dolor. Alzó su único brazo a la defensiva.
Seth cayó sobre Riley y el vampiro perdió el equilibrio. Vi al lobo hundir los dientes en el hombro de Riley y luego tirar, saltando hacia atrás de nuevo.
Con un chirrido metálico que taladraba los oídos, Riley perdió su otro brazo.
Seth sacudió la cabeza, lanzando la extremidad contra los árboles. El entrecortado ruido siseante que salió de entre sus dientes sonaba como una risita burlona.
Riley gritó con un lamento torturado.
—¡Victoria!
Ella ni siquiera se estremeció al oír el sonido de su nombre. Sus ojos ni siquiera hicieron el intento de moverse hacia su compañero.
Seth se lanzó hacia delante con la fuerza de una bola de demolición. El golpe les llevó a ambos entre los árboles, donde los chirridos metálicos eran acompañados por los gritos agónicos de Riley. Éstos cesaron de repente, mientras que continuaron los ruidos de trituración de la materia pétrea del cuerpo del vampiro.
Aunque no malgastó en Riley ni una mirada de despedida, Victoria pareció darse cuenta de que estaba sola. Comenzó a apartarse de Edward con una decepción infinita llameando en sus ojos. Me lanzó una corta mirada de anhelo y después empezó a retirarse más deprisa.
—No —canturreó suavemente Edward, con su voz seductora—. Quédate un poco más.
Ella aceleró y voló hacia el refugio del bosque como la flecha de un arco.
Pero Edward fue más rápido, como la bala de una pistola.
La agarró por la espalda desprotegida justo al borde de los árboles y el baile se acabó con un último y sencillo paso.
La boca de Edward se deslizó por su cuello como una caricia. El estruendo chirriante de los esfuerzos de Seth cubrió cualquier otro ruido, o no hubo ningún sonido distintivo que permitiera dar una imagen clara de violencia. Lo mismo podría haber estado besándola.
Y luego su ardiente maraña de pelo ya no siguió conectada al resto de su cuerpo. Las temblorosas olas anaranjadas de sus cabellos cayeron al suelo y dieron un salto antes de rodar hacia los árboles.

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